Significado de año geofisico internacional | Sinónimos y oraciones con ejemplos de uso de año geofisico internacional
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Definición de año geofisico internacional

 


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Definición de año geofisico internacional

  1. Se ha dado este nombre al lapso de tiempo de 18 meses, desde el 1 de julio de 1957 al 31 de diciembre de 1958, durante el cual prácticamente todos los países del mundo han hecho un esfuerzo mancomunado extraordinario en el campo de la Geofísica para intentar la resolución de una serie de problemas de la Física del Globo, de interés máximo, tanto desde el punto de vista de la ciencia pura, como de sus aplicaciones prácticas. De hecho el esfuerzo se ha prolongado con parecida intensidad durante el año 1959, al que se ha denominado Año de Cooperación Geofísica.


    Antecedentes. Precursores del Año Geofísico fueron los dos Años Polares, el primero de 1 de agosto de 1882 al 1 de agosto de 1883 y el segundo del 1 de julio de 1932 al 1 de setiembre de 1933. Impresionado por la escasez de conocimientos científicos sobre las regiones polares, no obstante las hazañas y sacrificios de tantas expediciones organizadas durante la segunda mitad del siglo xviii y los tres primeros cuartos del xix, el descubridor de la Tierra de Francisco José, Karl Weyprecht, expuso en 1875 al Congreso de Naturalistas y Físicos de Graz la conveniencia de una cooperación internacional para el estudio de dichas regiones. Gracias al apoyo del canciller de Alemania Bismark la idea entró en vías de ejecución. Un primer plan redactado por el mismo Weyprecht y el conde Wilzeck fue aprobado por el Congreso de Meteorología de Roma de abril de 1879, en el cual se tomó la decisión de llevar a cabo el «I Año Polar Internacional» y se formó una Comisión encargada de organizarlo. El plan se fue perfilando en las Conferencias Polares Internacionales convocadas por la Comisión en Hamburgo (octubre 1879), Berna (julio 1880) y San Petersburgo (agosto 1881), y como resultado de las mismas once países, Alemania, Austria-Hungría, Dinamarca, Estados Unidos, Finlandia, Francia, Gran Bretaña, Noruega, Países Bajos, Rusia y Suecia, a los que luego se agregaron ocasionalmente la Argentina e Italia, organizaron un total de quince expediciones, doce a los mares árticos y tres al sur del Atlántico y Antártico.

    La estación más avanzada fue la establecida por los suecos en la bahía Mossel en las islas Spitzberg, a 80°N y 16°E de Gr. Las observaciones fueron sobre todo meteorológicas y de magnetismo terrestre y auroras boreales, y se buscó en lo posible la unificación de los datos acordando que los días 1 y 15 de cada mes todas las expediciones realizasen observaciones simultáneas a ciertas horas del meridiano de Gottingen. No obstante el gran esfuerzo realizado y el derroche de energías y sacrificios, las consecuencias fueron relativamente de poca monta; para decidir la mejor manera de publicar los resultados se tuvieron todavía dos Conferencias Polares, una en Viena (abril 1884) y otra en Munich (septiembre 1891); cinco memorias vieron la luz pública, algunas verdaderamente notables, como la de A. W. Greely, jefe de la expedición americana a Fort-Congest, al este dé la Tierra de Grinnell, Tres años de servicio ártico, y la francesa al Cabo de Hornos; las otras fueron las de la expedición austrohúngara a la isla de Jan Mayen, de la alemana a Georgia del Sur y de la rusa a las bocas del Lena; pero por falta de un organismo centralizador la mayor parte de los datos quedaron sin utilizar y así en el gran tratado de Climatología de Hahn, publicado al poco tiempo, todo lo relativo al I Año Polar no mereció sino tres páginas de texto y un cuadro sinóptico.

    El II Año Polar alcanzó mayor amplitud y gracias a su mejor organización fue también más fecundo en resultados. La iniciativa partió en 1927 del doctor J. George y del almirante H. Dominik, director de la Deutsche Seewarte de Hamburgo; por mediación del Prof. Van Everdingen, presidente del Comité Meteorológico Internacional, y del Prof. Simpson, presidente de la Comisión de la Red Mundial y de la Meteorología Polar, la hizo suya la Organización Meteorológica Internacional y en la reunión de directores de Servicios Meteorológicos celebrada en Copenhague en septiembre de 1929 se creó una Comisión Internacional a cuya cabeza se tuvo el gran acierto de colocar algo más tarde al director del Servicio Meteorológico danés Prof. La Cour, que fue el hombre providencial para la empresa. El plan trazado fue aprobado asimismo en agosto de 1930 por la Asamblea de Estocolmo, de la Unión Internacional de Geodesia y Geofísica, la cual se asoció íntimamente a la empresa.

    En las dos reuniones celebradas por la Comisión del II Año Polar en Leningrado (1930) y en Insbruck (1931), lo mismo que en las de otras entidades científicas como el Consejo Internacional para la Exploración del Mar, la Comisión Internacional para el estudio de la Alta Atmósfera, la Comisión Internacional de las Nubes, etc., se decidió extender las observaciones a otras partes de la Tierra, como término de comparación, y en particular a las regiones ecuatoriales. El plan fue oficialmente comunicado a todos los Servicios Meteorológicos por medio de la Organización Meteorológica Internacional y en el momento de comenzar el II Año Polar se había recibido la adhesión de 44 países: 16 habían formado Comités Especiales del Año Polar y 22 habían organizado expediciones o establecido estaciones fuera de su territorio. Las expediciones enviadas a las regiones polares o limítrofes fueron en conjunto 43, 40 en el hemisferio Norte y 3 en el Sur. De las 40 nórdicas, 20 se instalaron dentro del círculo polar ártico; 9 más arriba del paralelo de 70° y una casi a los 85°. Funcionaron además 4 estaciones en la zona ecuatorial, de las cuales fue una la española de Moca, en Fernando Poo.

    Sería un error creer que el II Año Polar fue una mera repetición del I en mayor escala; tanto por la amplitud y precisión del programa como por las técnicas empleadas marcó un progreso notable, consecuencia natural del adelanto científico e industrial durante el medio siglo transcurrido entre ambos. A las observaciones en la superficie del Globo, únicas practicadas en 1882-83, se agregaron en 1932-33 las de altitud, tanto las realizadas desde aviones como las obtenidas con radiosondas y, aunque tímidamente, se comenzó a emplear la técnica de los sondeos ionosféricos; a las regiones polares se agregaron, como ya se ha indicado, otras partes de la Tierra y en particular la zona ecuatorial; pero sobre todo el programa de observaciones no tendió a la mera obtención de datos de observación, sino a la resolución de problemas bien definidos: así, por ejemplo, en Meteorología se trató de poner en claro si la circulación atmosférica entre la zona ecuatorial y las polares se realiza por círculos horizontales o verticales; si en la zona ecuatorial existe un intercambio de masas entre los dos hemisferios; si los ciclones tropicales obedecen a variaciones de la circulación general de la atmósfera en aquella zona; y si en las zonas templadas existen corrientes de perturbación independientes del frente polar.

    En Magnetismo se deseaba poder llegar a una representación analítica del campo terrestre por medio del análisis armónico esférico, más completa que la lograda hasta entonces; se quería aclarar si las auroras polares eran efecto de la llegada a la Tierra de enjambres de partículas electrizadas procedentes del Sol, la traza de cuyas trayectorias en los medios ionizados de la alta atmósfera serían precisamente los rayos aurórales; y finalmente comprobar el probable parentesco de las mismas auroras con las perturbaciones magnéticas y si la variación magnética diurna se explicaba efectivamente o no por la teoría de la dínamo de Schuster; etc.

    Los resultados del II Año Polar fueron mucho más importantes que los del I; técnicas hubo que en él nacieron y como consecuencia de él se desarrollaron, dando origen a nuevas ramas de los estudios geofísicos, por ejemplo, las concernientes a la Ionosfera; en el conocimiento de las corrientes ionosféricas responsables de la variación magnética diurna y de las perturbaciones denominadas bahías, lo mismo que en algunos problemas meteorológicos, se dio un paso decisivo; pero, esto no obstante, en otros el progreso fue muy exiguo y aun hubo casos en que la misma solución hizo surgir nuevas cuestiones, con lo que nuevos enigmas quedaron planteados a la investigación de los estudiosos; de aquí la conveniencia evidente y aun la necesidad de un III Año Polar.

    Génesis del Año Geofísico Internacional. Al ritmo de los dos primeros, el III Año Polar debería haber tenido lugar en 1982-83; pero ya en 1950 el Prof. Lloyd Berkner, bien conocido en el campo de las investigaciones ionosféricas y más tarde presidente del Consejo Internacional de Uniones Científicas (ICSU), hizo notar el enorme desarrollo que de resultas de la II Guerra Mundial habían alcanzado las técnicas y medios de observación, lo mismo que las facilidades conseguidas para desplazarse a lugares considerados antes como inaccesibles y permanecer en ellos largo tiempo; de todo lo cual deducía la conveniencia y aun casi el deber de aprovechar cuanto antes estas ventajas para fines científicos y pacíficos, repitiendo la gran empresa de cooperación internacional, sin esperar los cinco lustros que todavía faltaban para la época de repetición prevista. La idea fue acogida y respaldada por el Comité Mixto de la Ionosfera (CMI), dependiente del ICSU; y a propuesta de su presidente, Sir Ed. Appleton, el Comité Ejecutivo del ICSU decidió en octubre de 1951 nombrar un Comité Especial que se ocupase del asunto.

    Para organizarlo nombró en mayo de 1952 un Comité Provisional constituido por un representante de cada una de las Uniones Internacionales de Astronomía (UAI), de Geodesia y Geofísica (UGGÌ), de Radio Científica (URSI) y de Geografía (UGI) bajo la presidencia del secretario general de la URSI, Cor. Herbays, y al mismo tiempo invitó a todos los países adheridos al ICSU y a la Academia de Ciencias de la URSS a formar Comités Nacionales de participación en el III Año Polar; asimismo convidó a sumarse al proyecto a la organización Meteorológica Mundial (OMM). Entre tanto en las Asambleas Generales de la UGGÌ en Bruselas (1951) y de la URSI y la UAI en Sydney y Roma (1952) se había ido abriendo camino la idea de extender de manera efectiva a todo el Globo el nuevo Año Polar, pues, si de veras se quería abordar la resolución de problemas a escala planetaria, no bastaba ceñirse al estudio casi exclusivo de los casquetes polares ártico y antàrtico y a lo más de las regiones ecuatoriales, como se había hecho en 1932-33. En vista de ello la Asamblea General del ICSU de octubre de 1952 adoptó la nueva concepción y en consecuencia el nombre de III Año Polar Internacional se cambió por el de Año Geofísico Internacional (AGI); y como además la UGGI y la URSI acababan de proponer la creación de una nueva Comisión Mixta para organizar con la UAI una III Operación Mundial de Longitudes y Latitudes, que mejorase los resultados de la de 1933, decidió incorporar este trabajo al programa del AGI; por más que sus objetivos fuesen directamente astronómicos y geodésicos, estaban lo suficientemente emparentados con bastantes problemas geofísicos para justificar la inclusión.

    Organización del AGI«, En mayo de 1953 constituyó el ICSU el Comité Especial definitivo del Año Geofísico Internacional (CSAGI) y puso a su frente al Prof. S. Chapman, entonces presidente de la UGGÌ, con el Prof. M. Nicolet, jefe del Servicio de Radiación del Instituto Meteorológico de Uccle, como secretario. El CSAGI celebró su primera reunión en Bruselas, del 30 de junio al 3 de julio de 1953, asistiendo además de los componentes del mismo 25 observadores en representación de los 23 países que hasta entonces habían constituido su Comité Nacional; con ellos se formaron once Grupos de Trabajo que, a base de las propuestas formuladas por los Comités Nacionales y las Uniones Internacionales interesadas, redactaron un primer programa provisional y lo distribuyeron para su estudio a todo el mundo. Se celebraron ulteriores reuniones plenarias del CSAGI en Roma (septiembre-octubre 1954), Bruselas (septiembre 1955) y Barcelona (septiembre 1956) antes de la apertura del AGI; y durante éste en Moscú (agosto 1958).

    El número de organismos participantes y naciones adheridas fue rápidamente en aumento, de una reunión a la otra, habiendo llegado a ser prácticamente la totalidad de los países del mundo civilizado, los que han tomado parte en el AGI con sólo contadísimas excepciones y aun éstas, en los más de los casos, más de derecho que de hecho, como por ejemplo Turquía que, no obstante no participar oficialmente en el AGI, no dejó de suministrar numerosos datos. Al mismo tiempo se iban adhiriendo, al AGI otros organismos internacionales, como las Uniones Internacionales de Física Pura y Aplicada (IUPAP) y de Ciencias Biológicas (UIBS) y el Consejo Consultivo Internacional de las Radiocomunicaciones (CCIR). Para asegurar la eficacia de la organización, el Comité Ejecutivo del ICSU transformó el Secretariado del CSAGI en un Servicio Internacional Permanente, análogo a la

    Oficina Internacional de la Hora o a la Comisión de Pesas y Medidas; y para que hubiese una representación nacional directa (dado que los miembros del CSAGI habían sido elegidos por motivos puramente científicos, prescindiendo de su nacionalidad) se creó el Consejo Consultivo del AGI, constituido por los representantes de los Comités Nacionales, designándosele con el nombre de ACIGY (Advisor Committee of the International Geophysical Year). Al comenzar el Año Geofísico el CSAGI estaba compuesto por 25 miembros, 14 de los cuales eran especialmente responsables de cada uno de los 14 Grupos en que se repartieron los trabajos, a saber: Días Mundiales, Meteorología, Geomagnetismo, Auroras y Luminiscencia del Aire, Ionosfera, Actividad Solar, Rayos Cósmicos, Longitudes y Latitudes, Glaciología, Oceanografía, Cohetes y Satélites, Sismología, Gravimetría y Radiación Nuclear.

    El Bureau del CSAGI quedaba constituido por 5 miembros, con el profesor Chapman como presidente, el Prof. Berkner como vicepresidente, los Profs. Beloussov y Coulomb como vocales y el Prof. Nicolet como secretario general. Junto a ellos se nombró un editor general, Sir Harold Spencer Jones, antiguo director del Observatorio de Greenwich, con un Comité de Publicaciones; un Coordinador de todas las actividades, vicealmirante Sir Archibald Day, y cinco secretarios adjuntos para cada una de las cinco regiones siguientes, que forman bloques dotados de especial unidad geográfica, a saber: la Antártida, el Ártico, los países del Oriente de Europa, los de África al sur del Sahara y el Hemisferio Occidental. Además de las reuniones generales del CSAGI y como parte del trabajo de organización, se tuvieron dieciocho conferencias parciales, a saber: conferencias Antárticas (París, 1955; Bruselas, 1955; París, 1956 y París, 1957); una Ártica (Estocolmo, 1956); del Hemisferio Occidental (Río de Janeiro,

    1956) ; del Oriente de Europa (Moscú, 1956); del África al sur del Sahara (Bukavu, 1957), del Pacífico Occidental (Tokyo, 1957); y de los Grupos de Trabajo de Oceanografía (Góteborg, 1957); Radiación Nuclear (Utrecht, 1957); Longitudes y Latitudes (Pulkowa,

    1957) ; Centros Mundiales (Uccle, 1957); Días Mundiales y Comunicaciones en el este de Europa (Moscú, 1957); Radiocomunicaciones Árticas (París, 1957); Centros Regionales de Predicción de los Días Mundiales (París, 1957); ACIGY para asuntos de Radiación Nuclear (Nueva York y Toronto, 1957) y Satélites y Cohetes (Washington, 1957). Reuniones de Comités de muchos otros Organismos, aunque no dependientes directamente de la organización del AGI, a ella dedicaron de hecho sus deliberaciones; por ejemplo el Symposium de Variaciones Magnéticas Rápidas, celebrado en Copenhague en abril de 1957.

    Selección de materias de investigación. De primera intención se pensó en la exclusión de bastantes materias para evitar que la demasiada amplitud perjudicase la profundidad de los trabajos; pero luego se vio el contrasentido de no sacar el mayor partido posible del ingente esfuerzo que se iba a realizar y en particular de las costosas expediciones a puntos lejanos y de difícil acceso, que ofrecían ocasiones menos urgente, pero que de resultas de la gran cantidad de datos acumulados con motivo del AGI se podrían tratar con mucho mayor facilidad que en circunstancias normales; por ejemplo, en Geomagnetismo, el estudio comparativo de los valores fundamentales de todas las estaciones del Globo y un mayor perfeccionamiento de las cartas magnéticas. Luego, fenómenos importantes de carácter ciertamente local, únicas que en modo alguno había que dejar perder. En consecuencia en la reunión de Roma se fijaron las siguientes directrices para admisión y selección de materias y problemas.

    La preferencia se debía dar a las cuestiones que afectan prácticamente a toda la Tierra y sólo pueden ser resueltas mediante una amplia red sinóptica de observaciones simultáneas, como por ejemplo, en Meteorología las referentes a la circulación general de la atmósfera con el intercambio de calor, momento angular y entropía entre las diferentes partes del Globo; en Geomagnetismo el estudio completo de la morfología de las tempestades magnéticas de un polo al otro; o en Ionosfera el estudio pormenorizado de la propagación de las ondas hertzianas entre puntos muy distantes. En segundo lugar, problemas de carácter general, de resolución pero sólo abordables desde las estaciones instaladas con motivo del AGI; tales son muchas cuestiones sísmicas, glaciológicas y gravimétricas de las regiones polares, islas solitarias y zonas desérticas.

    Finalmente, fenómenos de muy lenta evolución, como los de variación secular, sólo abordables a base de observaciones separadas por grandes lapsos de tiempo; su inclusión tendía a la obtención de datos que unidos a Jos de los dos Años Polares y a los que puedan obtenerse en el futuro faciliten en su día la solución. No obstante el rigor con que se aplicaron estas normas, el campo de investigación resultó amplísimo y las disciplinas admitidas tan numerosas como ha podido verse antes al tratar de la composición del CSAGI y enumerar la lista de sus relatores. No obstante, atendida su naturaleza o la manera de abordarlas, todas las materias investigadas en el AGI se pueden clasificar en tres grupos principales: el primero abarca el magnetismo terrestre, las auroras y luminiscencia del aire, la ionosfera y los rayos cósmicos, problemas todos que necesitan para su estudio y solución de un amplio y profundo conocimiento de la actividad solar y el empleo de las modernas técnicas de cohetes y satélites artificiales, razón por la cual también estas cada una se debía consagrar, sin dejarlo todo al azar de la iniciativa individual. En la imposibilidad de cubrir todo el Globo, se eligió un cierto número de zonas en que se debería concentrar el máximo esfuerzo. Para los estudios meteorológicos se quiso disponer de cuatro como secciones o cortes verticales de la atmósfera de un polo al otro; y para ello se escogieron cuatro husos a lo largo de los meridianos de 10°E, 110°E,

    dos últimas materias se deben considerar formando parte de este grupo; el segundo lo constituyen los estudios meteorológicos y, dada la finalidad a que se los ha destinado en el Año Geofísico, los de radiación nuclear; finalmente en el tercer grupo cabe incluir la Oceanografía, la Glaciología, la Sismología, la Gravimetría y la Operación Mundial de Longitudes y Latitudes, que, aunque materias inconexas entre sí, aparecen ligadas por la forma en que se las debía estudiar durante el Año Geofísico.

    Coordinación de las observaciones en el espacio y en el tiempo» Un programa de tanta envergadura exigía, so pena de anarquía y esterilidad de los esfuerzos, una fuerte organización de los trabajos y en primer lugar una distribución coordinada de la ubicación de las estaciones y de las actividades a que 140°E y 80-70°0, con una tolerancia de unos 10° a uno y otro lado del meridiano elegido; también se decidió dedicar especial atención a los casquetes polares y al cinturón ecuatorial entre los trópicos. Para las observaciones magnéticas, ionosféricas y aurórales se tuvo en cuenta que en cada uno de los dos casquetes polares existe una línea de máxima frecuencia auroral por encima del paralelo de 60° y que en los lugares situados sobre dicha línea o en sus inmediaciones las auroras se presentan casi cada noche, en tanto que disminuye su número al irse apartando de ella; en consecuencia se dividió el Globo en regiones aurórales, entendiendo por tales los casquetes limitados por los paralelos magnéticos de 60°, y en cinturones o fajas subaurorales y minaurorales, limitadas las primeras por los paralelos magnéticos de 60° y 45°N y S y las segundas por los de 45° y 20°N y S; a la zona entre los dos paralelos magnéticos de 20°N y S se la llamó cinturón ecuatorial. Para otros objetivos se señalaron asimismo otras regiones que debían ser atendidas de preferencia: así para la luminiscencia del aire llamadas cadenas europeo-africana, de la India y Cachemira, del Extremo Oriente y de América; para la observación de los satélites artificiales, un cinturón de estaciones alrededor del Globo entre los ±35° de latitud para ciertos fines meteorológicos particulares, unas líneas a lo largo del meridiano de 20°O en el hemisferio Norte, del de 30°E en las latitudes tropicales y del paralelo de 40°N a través de Norteamérica; etc.

    En la lista definitiva publicada por la Secretaría General del CSAGI en el tomo VIII de los Anales del AGI figuran 299 estaciones en la región auroral Norte; 767 y 600 respectivamente en los cinturones subauroral y minauroral Norte; 402 en el cinturón ecuatorial; 258 y 63 en los cinturones minauroral y subauroral Sur; y 66 en la región auroral Sur; o sea, en total, 2455 estaciones entre observatorios permanentes e instalaciones temporales; pero teniendo en cuenta que muchas de ellas estaban equipadas a la vez para observaciones de distintos tipos, equivalían en conjunto a 223 observatorios magnéticos, 181 de auroras y luminiscencia del aire, 284 ionosféricos, 127 solares, 128 de rayos cósmicos, 79 de longitudes y latitudes, 103 glaciológicos, 301 oceanográficos, 76 de lanzamiento y observación de cohetes y satélites, 332 sísmicos, 150 gravimétricos y 400 de radiaciones nucleares, más 1118 meteorológicos, en 997 de los cuales se practicaban radiosondeos o radarvientos y además se estudiaba en 630 la radiación solar, en 82 el ozono atmosférico, en 100 los atmosféricos, en 164 la composición química del aire y en 73 la electricidad de la atmósfera. Ante tan impresionante despliegue de fuerzas (3571 observatorios diferentes en total y obsérvese que en el prólogo que acompaña la lista se hace notar que no puede considerarse ésta completa) se comprende que el Sumo Pontífice Pío XII en su magnífica alocución a los miembros de la X Asamblea General de la UGGI, celebrada en Roma en 1954, calificase el Año Geofísico de «poderosa contribución a una actitud de mayor armonía y colaboración entre los pueblos para su mejoramiento moral y material» y que el presidente

    Eisenhower manifestase en unas declaraciones a la prensa su satisfacción de poder facilitar fondos para el Año Geofísico porque lo consideraba como una ocasión única de cooperación con muchas otras naciones con las que de ordinario no tendrían oportunidad los Estados Unidos de colaborar de manera tan íntima y tan fecunda para el progreso humano.

    Aunque en principio durante todo el Año Geofísico debían realizar cuantos en él participaban todas las observaciones previstas con la mayor asiduidad posible, habría sido demasiado ingenuo no contar con que la debilidad humana es incapaz de soportar una tensión continua de tal naturaleza año y medio y por este motivo se decidió fijar un número limitado de días en los cuales el esfuerzo de observación debería llevarse al máximo. Se les bautizó con el nombre de Días Mundiales y se los dividió en Regulares y Especiales.

    Los primeros, previstos de antemano, debían ser tres o cuatro por mes, dos en las proximidades de la luna nueva y otro en el cuarto creciente, teniendo además en cuenta los días de más intensa actividad meteorica; la proximidad de la luna nueva se escogió por el deseo de que fuesen Días Mundiales los de los tres eclipses totales de Sol que debían tener lugar entre julio de 1957 y diciembre de 1958. En un sentido más restringido fueron también Días Mundiales los de los seis intervalos meteorológicos mundiales (IMM) de diez días que, para fines puramente meteorológicos, se escogieron en cada uno de los seis trimestres del AGI, situándolos de manera que la mayoría por lo menos de los Días Mundiales Regulares del mes en que cayesen quedasen en su interior.

    En cuanto a los Días Mundiales Especiales debían venir impuestos por las circunstancias. Como el fin principal del AGI era el estudio del influjo del Sol en los fenómenos de la Física del Globo, se resolvió que cuando se produjese algún fenómeno solar de los que actualmente se sabe suelen producir perturbaciones geofísicas de importancia, se decretase un estado de «alerta» para que todos los observatorios estuviesen a punto de comenzar a trabajar al ritmo máximo; y que si, una vez adoptado éste, los indicios seguían confirmando la probabilidad de la perturbación prevista, a las 0 h TU del día en que era de esperar se produjese comenzase un período de uno o más días mundiales, denominado Intervalo Mundial Especial (IME), en vigor hasta las 24 h TU del día en cuestión, si la perturbación esperada no se producía, o hasta las 24 h TU del día en que dicha perturbación cesase, si efectivamente llegaba a tener realidad. Naturalmente para estos IME fue necesaria la creación de un servicio de previsión y predicción de los mismos, no menos que una red de transmisión de los avisos en el menor tiempo posible hasta los más apartados rincones del Globo.

    El servicio de previsión y predicción estuvo integrado en principio por un cierto número de observatorios solares, los cuales debían comúnicar diariamente por telegrama y en casos excepcionales con más frecuencia el estado del Sol a los centros pre-dictores de alertas, establecidos en cada una de las cuatro áreas en que para este fin se había dividido la Tierra: Europa y África, América, países de la órbita soviética y Extremo Oriente y Oceanía; éstos debían retransmitir los datos al Centro Mundial de previsión, para lo que se escogió el Servicio de Predicción de Radio del Laboratorio Central de Radiopropagación establecido en Fort Belvoir, Virginia (EE. UU.); y finalmente éste, en vista de sus propias observaciones y del asesor amiento de los otros centros predictores de área, decidiría si procedía o no la declaración del estado de alerta primero y del IME después. Es claro que, si una tempestad magnética comenzaba de manera inesperada, el IME se debía considerar declarado automáticamente. De hecho el número de tales intervalos fue relativamente pequeño: sólo 22 durante 18 meses del AGI propiamente dicho, cubriendo en total 47 días; en 16 ocasiones la tempestad magnética esperada se produjo efectivamente; en una ocasión el IME se declaró iniciada ya la tempestad; y en los 5 casos restantes ésta no se produjo. Uno de los grandes éxitos del AGI ha sido el planeamiento y realización de la red de transmisiones a fin de que los datos de los observatorios por un lado y los avisos de alerta y declaración, continuación o cesación de un IME por otro, llegasen a su destino en el menor tiempo posible. Gracias a la colaboración de los Servicios oficiales de Telecomunicación y de las Compañías particulares se pudo conseguir que el tiempo necesario para que un telegrama del Centro Mundial Predictor de Fort Belvoir llegase a las estaciones más distantes de las islas del Pacífico o de la Antártida no excediese de 6 o a lo más de 8 horas; y aún fue posible asegurar que un mismo aviso se transmitiese a la vez por distintos circuitos, a fin de garantizar su recepción a tiempo. Donde más a fondo fue preciso estudiar la red de comunicaciones fue en la Antártida; este continente, hasta poco antes del Año Geofísico prácticamente desierto, contaba al iniciarse éste más de 60 emisoras de radio, 40 de las cuales estaban agrupadas alrededor de 7 estaciones-madres, con cuatro grupos de enlace situados en Trelew, Punta Arenas, Capetown y Melbourne; para su funcionamiento fue preciso establecer todo un sistema de convenciones, con elección de indicativos y frecuencias, determinación de tiempos de transmisión de los distintos tipos de mensajes, códigos, previsión para casos de emergencia, tráfico ordinario, etcétera. Y a propósito de las llamadas de emergencia, es de advertir que una de las más notables formas de cooperación durante el AGI ha sido la previsión de la mutua ayuda en caso de necesidad, sobre todo entre las estaciones emplazadas en lugares de difícil acceso. Sü organización fue incumbencia del Subgrupo de Trabajo de Logística, que actuó sobre todo en las conferencias preparatorias ártica y antàrtica.


    Empleo de nuevas técnicas. Así como el II Año Polar constituyó un gran avance sobre el I, no sólo por el mayor número de observatorios y extensión de las observaciones a nuevas regiones del planeta, sino también por el empleo de nuevas técnicas, igualmente el Año Geofísico ha marcado en este respecto un paso de gigante; muchas han sido las utilizadas en las distintas disciplinas; pero las que más han llamado la atención del gran público han sido el empleo masivo de cohetes dirigidos y más aún el de los satélites artificiales. En rigor los primeros habían sido ya utilizados para fines científicos desde el fin de la guerra, cuando cayó en manos de los aliados un cierto número de V-2 alemanas.

    Lanzada la primera por el Laboratorio de Investigaciones de la Armada, de Washington, el 10 de octubre de 1945 (y por cierto con tal fortuna que proporcionó la primera extensión substancial del espectro solar por la parte del UV hasta los 2100 a), al iniciarse el programa del AGI sé habían usado ya con resultados diversamente satisfactorios unas 200, con lo que se disponía de una amplia base experimental en que fundamentar los planes futuros. En cambio, los satélites artificiales fueron expresamente ideados para el Año Geofísico y fruto de los deseos manifestados por las Asambleas Generales de la URSI y de la UGGI en La Haya y Roma, respectivamente, en septiembre de 1954, y de la consiguiente resolución votada por la reunión plenaria del GSAGI en Roma en octubre del mismo año. Pocas iniciativas han resultado más fecundas y llevado en el lapso de pocos años a más espectaculares realizaciones, tanto que su importancia ha trascendido el ámbito del AGI, dando nacimiento a una nueva disciplina, la Astronáutica, y puesto el primer jalón para la exploración directa y posible conquista con el tiempo del espacio exterior a nuestro planeta.

    El objeto perseguido con el empleo de los cohetes era triple: en primer lugar, el estudio directo de parámetros constitutivos de la atmósfera a alturas superiores a 30 km, la mayor prácticamente alcanzada con los radiosondeos; más allá de ella nuestros conocimientos se basaban casi exclusivamente en extrapolaciones o en deducciones indirectas de fenómenos tales como la naturaleza de las estelas de los meteoros, el centelleo de las estrellas, la absorción de determinadas longitudes de onda de la radiación solar, etc., y en el mejor de los casos y sólo para ciertos datos, en los sondeos ionosféricos y registros de atmosféricos; por esto resultaba de sumo interés la observación directa in situ por medio de aparatos transportados por los cohetes y o bien recuperados o bien leídos desde el suelo por procedimientos radioeléctricos. En segundo lugar no era de menor interés el estudio de las radiaciones y de las partículas que como lluvia continua penetran sin cesar en la atmósfera procedentes del espacio exterior y en ella quedan absorbidas o sufren tales alteraciones que sólo profundamente modificadas pueden llegar a las capas inferiores o al suelo, como sucede, por ejemplo, con los rayos cósmicos. Y en tercer lugar, como consecuencia de la posibilidad de transportar aparatos más allá de la barrera atmosférica, se pretendía realizar mejores observaciones del Sol y demás cuerpos celestes.

    Seis han sido los países con programa de cohetes durante el AGI, Australia, Estados Unidos, Francia, Gran .Bretaña, Japón y la URSS y en total el número de los incluidos en sus programas de lanzamiento ha excedido ampliamente de medio millar, lo cual, si se compara con los dos centenares lanzados durante-los 10 años anteriores, hace ver la magnitud del esfuerzo realizado. Más de las dos terceras partes de los cohetes empleados han sido de grandes dimensiones, capaces de elevar una carga útil de aparatos de 50 a 75 kg hasta el interior de la termosfera, hacia los 200 ó 225 km de altura; los restantes, aunque menores, podían todavía transportar de 15 a 25 kg. de aparatos hasta una altura de unos 130 km. Por su naturaleza misma, la observación con los cohetes equivale a un corte vertical de la atmósfera y sus observaciones no pueden pasar de instantáneas. La primera idea de servirse de los satélites fue el deseo de poder extender las observaciones anteriores a lapsos de tiempo más prolongados y poder conseguir así, no solamente el conocimiento del valor absoluto de ciertos parámetros en un momento dado, sino también su variación en el espacio y con el tiempo.

    Pero pronto se advirtió que, aun prescindiendo del registro directo de datos con los aparatos transportados por ellos, los satélites podían suministrar informaciones preciosas mediante la simple observación de sus órbitas y las perturbaciones por ellas sufridas; es ello consecuencia de que, desde el punto de vista astronómico, quedan tan cerca de la Tierra que de ninguna manera se les puede considerar situados en un campo gravitatorio uniforme creado por una masa central puntual, sino que es preciso estudiarlos en el campo real terrestre y sometidos por tanto a todas las perturbaciones producidas por la no esfericidad de la Tierra y la distribución heterogénea de las masas en su corteza, aparte, naturalmente, de las que puedan provenir de la densidad de la atmósfera y de las posibles ácciones del campo magnético terrestre, enjambres de meteoritos, etc. Durante el Año Geofísico, los rusos consiguieron colocar en órbita tres satélites (los tres Sputniks 1, 2 y 3) y cinco los americanos (los Explorers 1, 3 y 4, el Vanguard 1 y un Atlas); algunos de ellos se desdoblaron en dos al quedar también en órbita el último cuerpo del cohete portador (Sputniks 1 y 3 y Vanguard 1). Pero, además, los americanos hicieron dos lanzamientos de sondeo hacia la profundidad del espacio: el Pioneer 1, disparado el 11 de octubre, alcanzó una altura de casi 120 000 km y después de proporcionar abundante documentación sobre las radiaciones halladas en la trayectoria, el campo magnético terrestre y la densidad de la materia meteorítica, cayó sobre la Tierra el día 12, desintegrándose probablemente sobre el Pacífico meridional; en cuanto al Pioneer 3, lanzado el 6 de diciembre, después de alcanzar una altura semejante, se desintegró sobre el África Ecuatorial francesa al cabo de 38 horas, no sin proporcionar sobre todo abundante documentación sobre los llamados cinturones de radiación de Van Alien. Los demás satélites colocados en órbita, lo mismo que los proyectiles lanzados a la Luna o destinados a convertirse en minúsculos asteroides, que tanta resonancia -han tenido en la prensa diaria, ya no pertenecen al Año Geofísico propiamente tal, sino a las derivaciones del mismo.


    Utilización de los datos y liquidación del AGI.

    Para evitar los inconvenientes observados en los Años Polares se decidió la creación de cuatro Centros Mundiales, correspondientes a cada una de las cuatro áreas en que se había dividido el Globo a los efectos de predicción de Alertas, y se resolvió que se archivasen en ellos todas las observaciones del AGI, a fin de que los investigadores se las pudiesen proporcionar allí para sus futuros estudios. Los Estados Unidos, la URSS y el Japón crearon los llamados Centros A, B y G2, de carácter general para las observaciones de toda índole; el Centro Gl, situado en Europa, quedó distribuido por disciplinas entre Bélgica (Gravimetría), Dinamarca (Geomagnetismo), Alemania (estructuras cromosféricas variables), Francia (luminiscencia del aire, erupciones e índices cromosféricos y corona solar), Gran -Bretaña (auroras, ionosfera, radioastronomía, glaciología y satélites), Italia (fáculas y flócülos solares), Suecia (auroras, rayos cósmicos y radiación nuclear) y Suiza (fotosfera solar), junto con la Organización Meteorológica Mundial (Ginebra, Suiza), para los datos meteorológicos y los Servicios Permanentes de índices Geomagnéticos (De Bilt, Holanda; Góttin-gen, Alemania; y Tortosa, España), la Oficina Internacional de la Hora (París), el Servicio Internacional de Latitudes (Turín) y el Comité del Nivel Medio de los Mares (Liverpool). Todos los observatorios colaboradores se comprometieron en principio a facilitar microfilms con sus observaciones al Centro Regional de su área y a ser posible también a los otros; caso de no hacerlo ellos directamente, los Centros Internacionales están obligados a comunicarse mutuamente los datos, de forma que todo dato quede archivado en los cuatro puntos a la vez.

    Naturalmente este trabajo de archivo y más aún el de organizar la utilización sistemática de los datos reunidos no podía terminar con el AGI. Por este motivo, en la reunión plenaria del CSAGI en Moscú,, se propuso al ICSU que el GSAGI continuase en funciones hasta el 30 de junio de 1959 y fuese entonces substituido por un Comité de Utilización de los Resultados del ÁGI (CURAGI), el cual tendría el cometido de terminar totalmente la empresa del Año Geofísico, incluyendo la publicación de los resultados, financiación de la misma y organización de la cooperación internacional para el uso y análisis de los datos del AGI por los Centros Mundiales, las Uniones Internacionales, otras ejitidades y los particulares. Además, como muchos de los países, por la dificultad de utillarse a tiempo, habían tenido que empezar su cooperación efectiva en el AGI después del 1 de julio de 1957 y algunos bastante tarde durante el año 1958, y como además los enormes gastos hechos en la preparación de ciertas expediciones a las regiones polares parecían pedir se sacase de ellos todo el provecho posible prolongando su estancia en los lugares a donde se habían dirigido, se decidió recomendar que durante todo el año 1959 se continuase el mismo plan de trabajos del Año Geofísico, aunque con un carácter enteramente voluntario y bajo la denominación de «Cooperación Geofísica Internacional 1959». Se recomendó asimismo que se aprovechasen las circunstancias para un levantamiento magnético mundial, que no se abandonasen las investigaciones oceanográficas y antárticas y que aun después del año 59 siguiesen funcionando los Centros Mundiales como archivo de datos y una Comisión para la predicción de Días Internacionales Mundiales.

    Después de varias vicisitudes se acabó por constituir un Comité Inter-Unión para la Geofísica (CIG), integrado por miembros de las cuatro Uniones más interesadas en el AGI (UAI, UGGI, IUPAP y URSI) con un representante de la OMM y un cuerpo de Miembros Científicos, equivalentes a los Relatores de los antiguos Grupos de Trabajo del AGI; es de notar que de entre ellos han desaparecido los correspondientes a los Días Mundiales, Cohetes y Satélites y Gravimetría y se han incluido en cambio uno para la Aeronomía y otro para la Paleogeofísica. El Presidente del CIG es el Prof. Beloussov (URSS) y su Secretario general el Prof. Laclavére (Francia). Uno de sus principales objetivos es la publicación de los resultados del AGI, la cual se está realizando en los llamados «Anales del AGI», publicación de la máxima solvencia científica y en la que ha ido y va apareciendo cuanto se refiere al Año Geofísico, desde su historia y organización hasta el material e instrucciones para las observaciones (Manuales del AGI) y los principales resultados obtenidos. Se calcula que el número total de volúmenes pasará de 30, de los que hasta fines de 1959 habían aparecido 9. Además de esta publicación, que se podría llamar oficial, bastantes países, como por ejemplo los Estados Unidos y la URSS, están dando a luz numerosas series de memorias y boletines con datos del Año Geofísico y trabajos de investigación basados sobre los mismos.


    Resultados del AGI. Es todavía prematuro pretender una visión de conjunto de los frutos conseguidos por el Año Geofísico. Algunas expediciones polares no han regresado todavía y aparte de ello la reunión de datos por los Centros Mundiales dista mucho de estar acabada. Esto no obstante, cabe ya señalar algunos resultados de verdadera importancia. Y en primer lugar cuatro realizaciones de carácter general, fecundas en promesas para el futuro. Es la primera el que se haya iniciado de una manera que promete ser duradera una cooperación verdaderamente universal para fines estrictamente científicos. Un segundo resultado, también de mucho momento, es el que muchos de los observatorios erigidos con motivo del AGI continuarán en servicio permanentemente y que asimismo los que ya existían han modernizado sus instrumentos y aumentado considerablemente su potencialidad.

    En tercer lugar se ha asistido al nacimiento de una nueva ciencia, la investigación del espacio, entendiendo por este nombre tanto la atmósfera superior como los alrededores astronómicos de nuestro planeta. Finalmente se ha comenzado de una manera sistemática la exploración de la Antártida, abriéndose con ello el camino a su explotación en un futuro no demasiado lejano. En cuanto a resultados particulares, en el discurso que pronunció el Prof. Ghapman en la última sesión celebrada por el CSAGI en el momento de su disolución, señaló como los más notables, entre los conocidos hasta aquel momento, los obtenidos en la exploración del espacio exterior con cohetes y satélites y más en concreto el descubrimiento de los llamados cinturones de radiación de Van Alien. Son éstos dos zonas de radiación intensísima, puestas de manifiesto por los Explorers y el Sputnik 3 y mucho mejor aún por el Pioneer 3 y, ya terminado el Año Geofísico, por el Pioneer 4, lanzado el 17 de febrero de 1959. Rodean la Tierra en forma de anillos en posición bastante simétrica respecto del plano del ecuador y parecen dotadas de un movimiento diurno de balanceo arriba y abajo del mismo por estar propiamente ligadas al campo magnético terrestre, cuyo eje forma un ángulo de 11° con el de rotación de la Tierra. Tienen un espesor, en su parte central, de unos 3000 kilómetros la primera y unos 7000 km la segunda, aunque las dimensiones de esta última parecen crecer considerablemente al producirse ciertos fenómenos solares, como, por ejemplo, fulguraciones cro-mosféricas intensas; la base de la primera se halla a menos de un radio terrestre de distancia de la superficie de la Tierra y rodea las zonas tropicales y subtropicales; la segunda comienza a algo más de dos radios terrestres de la superficie y cubre la Tierra casi hasta las regiones polares.

    En ambas, la radiactividad es tan intensa que el número de incidencias por segundo en ellas registrado por los contadores de Geiger-Müller del Pioneer 3 excedió en las dos de 10000, habiéndose llegado a contar 16 700 tops por segundo en el núcleo de la primera y 25 600 en el de la segunda; meses más tarde, los del Pioneer 4, después de una intensa fulguración cromosférica, llegaron a marcar más de 300000 en esta última. Se ha calculado que, si las partículas son electrones, la intensidad de ionización en el centro de ambas zonas estaría comprendida entre 5 y 10 roentgens/hora y, si son protones, entre 50 y 100; quiere ello decir que, falto de la adecuada protección, no podría sobrevivir el hombre en su interior más allá de unas 45 horas; en cambio, en el espacio comprendido entre las dos y más allá de la segunda podría circunvolar la Tierra sin peligro por esta parte. El origen de estos cinturones de radiación no es todavía conocido; entre las teorías formuladas cabe citar la que los explica por partículas atrapadas por el campo magnético terrestre y mantenidas por él en las llamadas órbitas de Stórmer, procedentes de erupciones solares las del cinturón exterior y de la desintegración de la radiación cósmica primaria las del interior. Por lo que toca a la densidad de la atmósfera es digno de notarse que todos los satélites lanzados hasta el fin del AGI (y otro tanto puede decirse también de los posteriores) han dado para ella valores extraordinariamente coherentes y, entre los 200 y 400 km de altura, de cinco a quince veces mayores que los adoptados en los modelos de atmósfera que los científicos americanos habían deducido de los lanzamientos de cohetes hasta los 220 km de altura y extrapolado luego hasta los 500. El valor más probable deducido para los 400 km es de 7,2 X 10~12 torrs, equivalente a 8,8 X 10~15 g/cm3. Asimismo la elevación de la temperatura por encima de los 100 km resulta ser mucho mayor que la admitida hasta hace poco; la disminución de la concentración electrónica por encima de la capa F2, que de ordinario se extiende entre los 250 y 300 km y que los rusos han medido hasta los 750 km, sugiere temperaturas del orden de los 1500° a los 2000 °K, con un gradiente de unos 5 °K/km. Los grandes coeficientes de temperatura observados hacia los 100 km obligan a admitir un considerable flujo calorífico hacia abajo y plantean un problema nada fácil sobre la causa del mismo, que Chapman trata de resolver con la hipótesis de que la corona solar se extiende hasta los límites del sistema planetario y que con una temperatura de unos 250000 °K es precisamente la causa de dicho flujo calorífico intenso. Para la altitud límite superior de la atmósfera terrestre ha deducido Alpert, por el método llamado del «orto y ocaso de los satélites», la altura de 2000 a 3000 km. El impacto en nuestro satélite del Lunik 2, lo mismo que las fotografías obtenidas por el Lunik 3 de su cara invisible, no pertenecen ya al Año Geofísico, aunque bien claro es que se pueden con razón contar entre los frutos del mismo. También es una consecuencia del empleo de los satélites artificiales la ligera modificación que parece necesario introducir en la imagen clásica de la forma de la Tierra, de resultas de las perturbaciones periódicas experimentadas en su órbita por el Vanguard 1.

    Para explicarlas se ha recurrido a admitir una ondulación en el geoide que en el polo Norte se traduciría en una disminución del achatamiento del orden de 15 m y en el polo Sur en 15 m de achatamiento adicional; asimismo, en las latitudes medias del hemisferio Norte habría un achatamiento de 7,5 m contrabalanceado por un abultamiento de otros tantos en las latitudes correspondientes del hemisferio Sur; como se ve, sería un exceso de imaginación atribuir a nuestro planeta una forma piriforme, que a lo más estaría sólo ligerí-simamente insinuada. El otro campo de investigación que ha atraído poderosamente la atención del público ha sido la Antártida. Respecto de ella cabe señalar en primer lugar que las prospecciones sísmicas, gravimétricas y magnéticas realizadas durante las diversas travesías de la misma, que se han llevado a cabo en el transcurso del AGI, confirman que la Antártida es realmente un continente, aunque seccionado en dos partes, Oriental y Occidental, por una profunda sima llena de hielo, que uniría los mares de Ross y de Weddell; no es, con todo, claro todavía si el corte es continuo o está interrumpido por una cadena montañosa que se extendería desde las inmediaciones del polo Sur hasta la península de Palmer; en todo caso, las características geológicas parecen enteramente diversas a uno y otro lado de la cortadura, presentándose la parte oriental como un continente propiamente dicho y la occidental como un conglomerado de grandes islas unidas entre sí por la cubierta de hielo. Las travesías del continente han dado como valor medio de ésta unos 2400 m, siendo de algo más de 3600 m el espesor máximo hallado hasta ahora hacia los 114° O y 81u S. En cambio, es sabido que en las inmediaciones de su base de Mirny hallaron los rusos desde los primeros días de su llegada, a la Antártida el llamado oasis de Bunger, región perpetuamente libre de hielo, de unos 500 km2 de extensión. La temperatura media en la base Amundsen-Scott, situada prácticamente en el mismo polo (89° 59' 44" S), durante el año 1957 fue de —48,7 °C, siendo el mínimo absoluto registrado el 17 de setiembre, de -74,5 °C.


    Conclusión.

    Quienquiera que reflexione sobre todo lo expuesto no podrá menos de reconocer que el Año Geofísico Internacional ha marcado nuevos rumbos a la historia de la Ciencia; y no obstante, lo que quizás hace mejor intuir lo extraordinario de lo que en él se ha realizado y lo mucho que de sus secuelas se espera es la frase estampada como lema por Sydney Chapman en su reciente obra IGY, Year of Discovery: «Tiempo vendrá en que el AGI será considerado como una contribución a la exploración del Cosmos, ciertamente importante, pero muy elemental.»
Actualizado: 22/02/2015
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Fuentes bibliográficas y más información de año geofisico internacional:
Análisis de año geofisico internacional

Cantidad de letras, vocales y consonantes de año geofisico internacional

Palabra inversa: lanoicanretni ocisifoeg oña
Número de letras: 25
Posee un total de 13 vocales: a o e o i i o i e a i o a
Y un total de 12 consonantes: ñ g f s c n t r n c n l

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