Resumen de la biografía de Dickens, Charles John Huffam (novelista inglés)
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Breve biografía de Dickens, Charles John Huffam (novelista inglés)

 


Biografía de Dickens, Charles John Huffam
  1. (1812-70). Novelista inglés, nacido en Portsea (Land-port). Pertenecía a esa fracción de la baja clase media caracterizada por la inseguridad de sus ingresos y la accidentalidad de su domicilio. El padre, empleado en la Tesorería de la Armada, dio abundantes muestras a lo largo de su vida de una inestabilidad de carácter y una imprevisión que bien pudieran haber inspirado a su hijo, agudo observador, tipos como Micawber y Dorrit, aunque la verdad es que nunca tomó sus personajes directamente de la vida real. Le bastaba, al parecer, el simple detalle de unos ademanes para dar forma a todo un personaje literario.

    Como quiera que fuere, John Dickens carecía de dirección y andaba siempre de un lugar a otro con su familia a cuestas. No tenía acaso Charles más de 2 años cuando la familia abandonó Portsea para establecerse durante un corto intervalo en Londres y luego, por más tiempo, en Chatham. Las perspectivas, sonidos, formas y colores de Londres, Rochester y Chatham se grabaron sucesivamente y para siempre en la mente del muchacho, modulando su sensibilidad e imprimiendo en ella el carácter que había de conservar toda la vida. A medida que crecía se afinaban sus dotes de observador. Tuvo poco tiempo para la instrucción formal; en realidad puede decirse que, con excepción de un breve intervalo escolar en Chatham, no recibió ninguna. En cambio leyó vorazmente, en especial novelas, como Roderick Random, Robinson Crusoe, Tom Jones y The Vicar of Wakefield.


    De pinche a periodista.


    Cuando contaba 10 años, la familia cambió, una vez más, de residencia. Poco después el padre era encerrado en prisión por deudas y la madre hubo de pechar con la carga de sus ocho hijos. Charles, el segundo, entró entonces a trabajar de pinche en unos almacenes, donde le encomendaron la tarea de etiquetar tarros de betún. Fueron estos días tristes y deprimentes, parecidos a los descritos acerbamente en David Copperfield. Pero la repulsión, por fuerte que fuera, no constituyó el único fruto de la experiencia. Porque ya en tan tempranos días de su existencia, Dickens empezaba a hacer uso de aquellas poderosas dotes de penetración que habían de proporcionar luego tan ricas cualidades a su obra. Liberado de la ignominiosa servidumbre por un oportuno legado que vino a elevar a su padre tanto como antes le hundiera la pobreza, tras breves intervalos de trabajo asalariado comenzó a actuar de reportero de periódicos como The True Sun, The Mirror of Parliament y The Morning Chronicle. En estos sus primeros trabajos se advierte como nota característica la tendencia a salir en defensa de la convivencia y los goces legítimos del hombre común. Ya en tan tempranos días se revela el joven autor como persona seria y responsable. Testigo crítico del loco y caprichoso rumbo de la vida familiar, resolvió hacerse un hombre de firme carácter. Era enérgico, ambicioso y capaz de presentarse tan huraño como alegre, tan colérico como amable.


    Primeros éxitos.


    Había empezado a escribir ya artículos para The Old Monthly Magazine. Eran apuntes de escenas callejeras y sucesos, escritos para acompañar ilustraciones de Cruikshank, primero, y de Seymour, después. Paulatinamente estos escarceos cobrarían importancia hasta convertirse en los inmortales Pickwick Papers (1837), que señalaron el comienzo de su fama. Su vida privada se complicaba mientras tanto, sobre todo como consecuencia de un matrimonio que se deslizó bajo el peso del fastidio y la incomprensión.

    No ha de verse ninguna inconsecuencia en el hecho de que su inmediato libro fuera Oliver Twist (1838), ya que éste se presenta como deliberado contraste de Pickwick. Téngase en cuenta que Dickens era un enamorado de la variedad y que le disgustaba la repetición de métodos. La nueva obra era una singular mezcla de realismo y melodramatismo, de tonos sombríos, opresivos, pavorosos. Si en su primera producción descolló la nota risueña de la comedia, en esta su segunda obra el joven escritor quiso dar a conocer la otra faceta de su personalidad genial. Se diría que en los umbrales mismos de su carrera se propuso presentar el marchamo definitivo de toda su obra literaria. La inmediata novela, Nicholas Nickleby (1839), combina los matices de los dos títulos precedentes: es tan melodramática y sombría como Oliver Twist y tan alegre y peregrinamente cómica como Pickwick. La mezcla, sin embargo, no siempre encuentra solución adecuada y a veces, como ahora, pone en serios apuros a la crítica en sus intentos de encontrar un principio ordenador. Con todo, este libro nos lega los deliciosos y vividos personajes de Mr. Vincent Crummies, Miss Snevellicci, su asombroso padre y Mr. Mantalini, salvados para nuestro deleite, cualesquiera que sean los defectos técnicos de la obra.


    La lenta muerte de «Little Nell».


    Como resultado de su íntima ilusión de lograr universalidad para su obra, se puso a editar dos revistas, Household Words y All Tear Round. De estas experiencias nacería el proyecto de Master Humphrey’s Clock, consistente en una serie de historias contadas por un grupo de amigos. El ensayo no tuvo éxito, a pesar de reintroducir en los relatos personajes conocidos de los lectores por figurar en los libros precedentes. Siguió inmediatamente la publicación de Barnaby Rudge (1840), notable fusión de los métodos románticos de Scott y los descriptivos de Gordon Riots. Otro libro fundido en el mismo crisol de Master Humphref s Clock fue The Oíd Curiosity Shop (1841), quizá la más sentimental y popular de sus novelas. Cientos de personajes escribían al autor de la obra rogándole que no dejase morir a «Little Nell». Ello no dejó de halagar a Dickens, que toda su vida conservó cierta dosis de ingenuidad. En tales circunstancias, los sufrimientos del pequeño personaje se prolongaron hasta más allá de lo humanamente soportable.

    En enero de 1842 hizo un viaje a los Estados Unidos. Las obras subsiguientes a esta experiencia fueron tan infortunadas para él como sus comentarios lo fueron para los norteamericanos. Se titularon American Notes (1842) y Martin Chuzzlewit (1844). En esta última violentó tanto la trama para encajar los episodios americanos que probablemente no existe novela más retorcida en toda la literatura inglesa. Contiene, sin embargo, brillantes destellos de ingenio y brinda abundantes paralelos de casi todas las situaciones posibles de la vida.


    Un realista sentimental.


    En ese año (1844) empezó a dar señales de fatiga nerviosa y física. Había trabajado casi sin interrupción, produciendo novela tras novela, sin olvidar las responsabilidades editoriales y los cuidados familiares. Se trasladó, pues, con los suyos a Italia, donde escribió The Chimes (Las campanas, 1845) y prosiguió la serie de cuentos navideños que había iniciado con A Christmas Carol (1843). A su regreso a Londres fue director del Daily News: pero no por mucho tiempo, porque volvió al continente y, tras el más agitado periodo de su vida, acabó una novela larga, Dombey and Son (1846-48). Este libro señala el fin de la primera etapa de su carrera literaria, ya que en 1849 había de abrirse una de las más fructuosas perspectivas con la publicación de David Copperfield. Tal es el título de su obra maestra, rica, pletórica, llena de pasión e inmortales caracterizaciones. Sentimental, retórica y melodramática, no es por ello menos conmovedora con su mundo superior a la realidad, por ser más vivo que la vida misma, sin dejar por ello de ser verosímil. Aunque tocada de defectos de detalle, en conjunto es una aportación digna de un auténtico genio de las letras. Las demás obras de este periodo fueron Bleak House (1853), sátira contra las dilaciones y estupideces del aparato legal; Hard Times (1854), novela de la rebelión, que aboga por la actitud radical frente al indeciso individualismo; Little Dorrit (1857); A Tale of Two Cities (Historia de dos ciudades, 1859), novela histórica, acertada y sólidamente estructurada; y Great Expectations (1861), que sin duda contiene, al menos en los primeros capítulos,

    la más bella prosa de este autor. Antes de su muerte aún pudo escribir otra novela larga, Our Mutual Friend (1864-65), que sus incondicionales consideran una de sus más hermosas obras, compacta, conjuntada y completa.

    En 1867-68 el escritor volvió a los Estados Unidos, donde estropeó aún más su ya quebrantada salud al empeñarse en un extenso y ajetreado ciclo de conferencias. Como el tema fundamental eran sus propias obras, hubo de hacer frente a un aluvión de preguntas en torno a su persona. A su regreso a Inglaterra empezó una novela policiaca, Edwin Drood, a la manera de su amigo Wilkie Collins. Pero iba todavía en la mitad de esta nueva producción cuando le sorprendió la muerte, a la edad de 58 años.


    Víctima de la ambición.


    El principal defecto de Dickens —así como la fuente de algunas de sus mejores virtudes— fue la superabundancia. Se diría que carecía del sentido de la mesura emocional. Fue pródigo en su vida y en su arte. Sus actividades se extendieron a la esfera teatral, social y filantrópica. En el cénit de su carrera brilló como faro de las letras de su tiempo. Muchedumbres de lectores aguardaban impacientemente cada nueva entrega de sus novelas. La crítica de que fuera objetó en su vida por el aparente descuido de su producción no disminuyó el empuje de su fama. Anhelaba la atención y aprobación populares. Y puede decirse que este anhelo le mató.
Actualizado: 26/11/2016 - Autor: Leandro Alegsa
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