Definición de donjuanismo

1. m. Comportamiento o carácter que recuerdan los de don Juan Tenorio.

1. m. Conjunto de caracteres y cualidades propias de don Juan Tenorio.

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   2º artículo
   

1. Don Juan me interesa, no ya como ejemplar de una variedad de la fauna amorosa sino, más que todas, por su prestigio de mito; por haber sido manantial de tantas creaciones literarias; por el mismo equívoco espejismo de su personalidad; porque los donjuanes que la vida o mi profesión trajeron hasta mí eran personas excelentes, de una vanidad teatral y agradable cuando hablaban de sus aventuras y, para todo lo demás, amigos impecables y de singular cordialidad.
   
   Otra consideración atañe a la evolución del problema del donjuanismo, desde que empecé a escribir sobre él hasta la presente ocasión en que vuelvo a exhumarlo. No cabe duda que entre entonces y ahora el problema ha cambiado completamente de aspecto. El discurrir sobre Don Juan ha perdido su actualidad para los críticos y los naturalistas y empieza a pasar al dominio de los arqueólogos. La vida se transforma con rapidez de vértigo y, por condiciones especiales de nuestro tiempo, se transforma sobre todo la vida del amor. Yo mismo me doy cuenta de que el donjuanismo, que hace veinte años era un problema patético para los hombres y mujeres de entonces, hoy ha dejado casi de serlo. Representaba Don Juan, todavía, una reacción peculiar y llamativa, a veces heroica, del varón ante la organización de la vida sexual. Y esta organización es ahora totalmente distinta. Distinta digo, y no nueva, porque en el amor está todo inventado, está todo vivido y todo dicho desde tiempo inmemorial. El mismo momento de hoy lo han vivido otras veces los hombres, y han coincidido también con el eclipse de Don Juan en la preocupación de los pensadores y de las gentes de la calle.
   
   La modalidad actual de las formas sociales del amor humano es la típica de las horas críticas de la Historia; y hoy, sin duda, vivimos una de ellas. Consiste en una libertad ilimitada por el amor físico y en un aumento de la influencia social de la mujer.
   
   Ahora bien; si no hay obstáculos morales ni sociales para el amor; si la pasión de desear y poseer no es pecado nunca; si el comendador se hace el distraído cuando atropellan a su hija y si el marido hidalgo retrasa intencionadamente su retorno al hogar ante la sospecha de que a la cónyuge puede serle su presencia particularmente enojosa; si la mujer no espera ya cada una de las cosas que necesita de nosotros, para que nosotros le demos todas, incluso, sin enterarnos, nuestra propia libertad, sino que todo lo consigue, desde su modo de vivir hasta el hombre que desea; si las cosas son, por ahora, así, ¿qué tiene que hacer entre nosotros Don Juan?
   
   Don Juan era el símbolo del conquistador de mujeres. A mi entender, un símbolo falso, como otros muchos símbolos. Pero, sea falso o verdadero, ha representado una realidad: todo el juego teatral, aventurero y romántico que suponía la seducción de la mujer. Hoy, ese juego se ha hecho innecesario. Unas breves palabras por teléfono y el vuelo raudo de un automóvil hacia las afueras resumen todo el proceso de lo que antes era intriga amorosa, misteriosa o heroica aventura. Sería interesante disertar sobre el hecho de que un sentimiento fundamental, como el amor, más que por todas las influencias espirituales, se ha transformado por dos cosas que son pura materia: el pequeño automóvil y el teléfono, que han matado a Celestina y a Ciutti, colaboradores, y en parte creadores, del prestigio del Burlador.
   
   Sería, sin embargo, exagerado decir que Don Juan ha pasado definitivamente a la historia. Su actualidad volverá a florecer, como las rosas que plantó un Don Juan vivo, don Miguel de Mañara, hace varios siglos, allá en Sevilla; rosas que todavía exhiben cada primavera el mismo tono de carne pecadora y el mismo aroma embriagador que tenían cuando Mañara se las ofrecía a sus novias. Las actitudes del hombre frente al amor son siempre las mismas, y oscilan como un péndulo entre dos gestos extremos, que invariablemente se repiten: o el amor se conquista y se sublima, o el amor se regala y se profana. Estamos ahora en la fase del amor regalado. Don Juan apenas tiene razón de existir. Mas nadie puede ahora asegurar que, algún día, vuelva otra vez a sonar su hora.
   
   La máxima diferenciación sexual no se expresa en superficie, sino en profundidad. Don Juan Tenorio y Don Luis Mejía pugnan por demostrar cuál de los dos es más hombre; y, ¿qué hacen para ello? Pues, sencillamente, apuntar en un papel el número de las mujeres conquistadas. Este es el concepto de la «virilidad cuantitativa», cuyo símbolo es el ganador de la apuesta, el propio Tenorio.
   
   Pero la virilidad es un valor cualitativo y no cuantitativo, digámoslo otra vez, y por ello el varón perfecto resuelve su instinto en muy pocos amores, tal vez en uno solo, si bien extraordinariamente profundo y rico en matices sentimentales y pasionales. Yo gusto de simbolizar este varón arquetipo en la figura de Otelo, antítesis de la de Don Juan.
   
   Otelo es, en efecto, el prototipo del varón, el hombre de sexo diferenciado por excelencia, sin rastro de feminidad. Y en este concepto tiene la categoría de tipo representativo dentro de la fauna de los instintos humanos; y no como un símbolo de la pasión de los celos, que en él, a pesar de su teatralidad, es un elemento puramente accidental y de época. Don Juan es todo lo contrario. Su instinto resbala de mujer a mujer, sin encontrar jamás a «la mujer», y ésta es su tragedia. Como el turista que consume su vida de país en país, visitando, guía en mano, sus monumentos, pero sin penetrar un solo instante en la vida recóndita de la ciudad o del paisaje, que alienta en los intereses vulgares y en los rincones innominados, así consume su existencia el Don Juan, cuya definición más exacta sería ésta de turista del amor.
   
   De aquí mi encono, no contra Don Juan, que ello sería pueril, sino contra el mito que sustenta. Este mito es dañino, primero por ser mito, es decir, por ser mentira; pero, además, es la justificación glorificada de una poligamia estéril y con detrimento del trabajo creador. Sin contar con que el donjuanismo supone siempre, por parte de la mujer que de grado o por fuerza se presta a su juego, una abyección sexual y social que entristece y subleva.

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