Baile descocado que, nacido en París hacia el año 1830, estuvo muy en boga durante el reinado de Luis Felipe (1830-48). De baile de salón pasó a ser más tarde baile de escenario. Sus movimientos, casi epilépticos, lindaban muchas veces con la obscenidad. En uno de los más característicos, la pareja femenina alzaba la pierna hasta tocar y derribar el sombrero de su acompañante masculino. Algunos de los aspectos de este baile han quedado perpetuados en los dibujos y lienzos de Eusebio Planas, Gavarni y, sobre todo, del pintor Henry de Toulouse-Lautrec, que empezó a hacerse famoso con sus carteles anunciadores de espectáculos alegres del barrio de Montmartre. La música alegre y pegadiza del cancán y sus vistosos y desenfadados movimientos, romántico recuerdo de la belle époque, le han atraído de tal modo el favor del público que ha podido mantenerse en pleno vigor y lozanía durante más de un siglo. Compositores y escritores no desdeñan poner sus plumas al servicio del cancán, los guionistas cinematográficos le toman por fondo argumental como en Moulin Rouge y Can Can, los espectáculos arrevistados y compañías de ballet lo difunden por todo el mundo. Y no parece que su popularidad como espectáculo tienda a disminuir: tan característicamente francés como el champagne e identificado como él con el alegre París de principios de siglo XX, continúa atrayendo a quienes buscan en su alegría y desenfado una distracción de sus preocupaciones cotidianas.