características de la explosión de una bomba atómica
Cuando explota una bomba a unos 600 m de altura, la energía se libera tan rápidamente y en un espacio tan pequeño que la presión ejercida se estima 100000 veces superior a la Presión atmosférica y la temperatura que desarrolla está calculada por encima de 1000000 °C. En escasas millonésimas de segundo, el aire circundante se calienta hasta la incandescencia y aparece una gran bola de fuego que se levanta y aumenta rápidamente de tamaño a la vez que irradia calor. Un segundo después de la explosión, la bola de , fuego alcanza su máximo radio, de casi 300 m. A la mitad de su desarrollo, vista a una distancia de 10 km, se presenta casi 100 veces más brillante que el Sol. La radiación termal de la explosión no sólo produce luz, sino también radiaciones cuyas longitudes de onda son a la vez más largas y más cortas que las de la región visible del espectro. Véase Energía radiante.
Después de que la bola de fuego se ha enfriado hasta dejar de ser luminosa, continúa formando una gigantesca burbuja de gases y materiales vaporizados pertenecientes a la bomba y a su envoltura. Al seguir elevándose y enfriándose la burbuja, sus elementos componentes comienzan a condensarse en una nube de gotitas de agua y «humo» formada por partículas sólidas de óxidos metálicos radiactivos. A una altura de 12000 a 18000 m, cerca de la base de la estratosfera (v. Atmósfera) la nube se extiende horizontalmente varios kilómetros formando el característico hongo.
El principal agente de destrucción en una explosión atómica es, sin embargo, la onda de choque que se desplaza desde la región central de alta presión con la velocidad del sonido. Esta onda actúa como una muralla de agua o de aire poderosamente comprimido aun después de chocar y reflejarse en el suelo. En 10 s recorre más de tres km y pierde algo de su poder destructivo.