La guerra de trincheras y la estabilización casi constante del frente occidental permitieron mejorar los cálculos balísticos y capacitaron a la artillería para efectuar un tiro exacto y destructor sin ajuste previo. Los imperios centrales emplearon con sus fuerzas móviles cañones y obuses de tal peso y calibre que hasta entonces se habían considerado prohibitivos como piezas de campaña. Sus terribles efectos hicieron inútil la resistencia de las plazas fortificadas belgas y francesas. A comienzos de la contienda fue corriente hacer preceder los asaltos de intensa preparación artillera que duraba de unas horas a varios días. Más tarde disminuyó el tiempo de preparación artillera y en algunos casos se omitió por completo para efectuar ataques por sorpresa.
Para batir bases y líneas de comunicación se utilizaron cañones montados sobre vagones ferroviarios. Uno de los más pesados era una pieza naval de 355 mm, montada sobre una plataforma de ferrocarril que, con un alcance máximo de 40 km, disparaba proyectiles de 635 kg. Los alemanes bombardearon París con un cañón de 213 mm, que, al desgastarse, fue retorneado hasta los 244 mm. Con un alcance de 112 km, causó muy pocos daños materiales, pero su efecto moral fue considerable. Los cañones de esta clase, fácilmente deteriorables, son de utilidad dudosa. Los cañones antiaéreos, similares a los de campaña, iban montados sobre cureñas especiales que aumentaban la abertura del ángulo de tiro.
Los cañones fueron importantes auxiliares de la guerra química. Disparaban granadas cargadas con gases que tenían mayor radio de acción y superior efecto por sorpresa que el gas liberado por los recipientes colocados en el suelo.
La mayor parte de las mejoras artilleras derivadas de la I Guerra Mundial fueron perfeccionamientos de los tipos ya existentes; aumentó la tendencia hacia mayores calibres y superiores motorización y movilidad. Los Estados Unidos modernizaron sus numerosos cañones de 75 mm, modelo 1897, dotándolos de gualderas en forma de trípode y cureñas con llantas de caucho; aumentaron la elevación del tubo de 19 a 45° y el alcance, de 9 a 12 km. No obstante, numerosos técnicos se inclinaban por el obús. La I Guerra Mundial demostró que rara vez son precisos grandes
alcances, al paso que las piezas de elevado ángulo de tiro permiten batir fuerzas que intenten resguardarse en trincheras, desniveles y otros accidentes naturales. Aparecieron los obuses de 75 y 125 mm, que durante la II Guerra Mundial constituirían piezas fundamentales de la artillería de campaña.
