A principios de 1990, el gobierno alemán contrató a un profesor suizo para investigar si unas instalaciones en Irak estaban siendo utilizadas para fabricar armas químicas. El profesor determinó que sí, y que gracias a la tecnología alemana, Irak podía producir gas venenoso y ácido prúsico, que se usa para destruir los filtros de las máscaras antigás.