• « Todos los días te sacábamos al jardín, al pequeño campo que hay frente a la casa, y allí nos poníamos frente a frente y te tendíamos los brazos, dejándote solo en medio: si tropezabas tanto como para caer en una piedra, sentíamos que se nos revolvía la sangre: cuando llegabas sano y salvo a nuestros brazos, había risas, aplausos y júbilo. »