Definición de cavernas, hombre de las

1. Dícese del prehistórico, cuyos restos han sido encontrados en cavernas y abrigos rocosos. Hasta hace poco tales hallazgos se circunscribieron a Europa occidental y al periodo de la última glaciación, iniciada hace unos 50000 años.
   
   Durante mucho tiempo se supuso que el hombre primitivo, impulsado por la crudeza del clima y otras razones, había tenido su hábitat en las cavernas. Tales suposiciones se vieron confirmadas en 1927 cuando en la caverna de Chou Kou Tien, a unos 56 km de Pekín (Peiping), China, se descubrieron objetos manufacturados y restos humanos. La caverna, abierta en un farallón de caliza, brindaba protección a los animales y al hombre. Ambos, arrancando a dentelladas la carne de su presa y devorándola luego, dejaban los huesos diseminados por el suelo. En una parte de la caverna se abría una profunda fisura a la cual iban a parar estos materiales o los restos de comida que el mismo hombre arrojaba después de saciar su hambre. En la estación seca el cavernícola encendía su fuego lejos de la entrada, cocinaba sus alimentos y elaboraba rudimentarias herramientas de piedra. En la época lluviosa el agua que se filtraba por el techo y rezumaba de las paredes de caliza iba depositando, al llegar al suelo de la caverna, parte de su contenido en qal, cubriendo así todos los objetos de la superficie con un depósito denominado travertino. Tal acumulación de materiales procedentes de la ocupación humana y los depósitos estacionales calcáreos continuó durante miles de años hasta que se llenó la grieta y las capas del suelo alcanzaron varios metros de espesor. La excavación científica de esta caverna brindó resultados sorprendentes. Encontráronse esqueletos parciales de 35 o 36 seres humanos y un centenar de dientes, junto con huesos de animales y fragmentos de vida vegetal que remontaban la edad de los depósitos al periodo de interglaciación media, hace aproximadamente 500000 años. Junto a las antiguas fogatas se desenterraron más de 2000 toscos utensilios de piedra.
   
   Los cráneos revelan el aspecto de aquellos seres primitivos: cabeza larga, estrecha y aplastada, frente huidiza y aplanada, acusado prognatismo, anchas fosas nasales, ojos muy separados y mentón poco saliente. La estructura interior del cráneo delata escaso cerebro, capacidad craneana de unos 850 cm3, poco más de la mitad de la que posee el hombre actual. Tal es el tipo humano conocido con el nombre de Sinanthropus pekinensis.
   
   En el Oriente Medio, en las postrimerías del tercer periodo interglacial (v. Antropología), y en Europa, durante toda la última glaciación, ciertas cavernas se vieron ocupadas asimismo por seres humanos. Como más primitivo de estos moradores aparece el hoy llamado hombre de Neandertal (Homo neanderthalensis). También aquí los restos aparecen enterrados en acumulaciones cavernarias. Estas gentes enterraban, sin embargo, a sus muertos en unión de preciadas pertenencias. Se sabe que el hombre de Neandertal era corpulento y bajo de talla, de cráneo dolicocéfalo, marcado prognatismo, mentón hundido, occipucio muy saliente y arcos superciliares pronunciados, aunque no tanto como en el Sinanthropus pekinensis.
   
   El hombre de Neandertal elaboró hachas y cuchillos de piedra y utilizó herramientas y armas de madera. Desconoció, sin embargo, la lanzadera, el arco y todo lo relativo al cultivo de la tierra y la domesticación de los animales. Su vida en las cavernas debió ser difícil. El frío y la humedad, aunque amortiguados por el fuego, le hacían susceptible a los reumatismos inflamatorios y otras enfermedades. Había de proteger su morada contra los animales que también buscaban cobijo. En una caverna de Francia apareció el esqueleto de un gigantesco oso de las cavernas con un hacha clavada en uno de sus parietales. Ignórase qué sucedió al hombre que utilizó el arma, pero lo que sí sabemos es que debió de vivir permanentemente expuesto a los ataques de los más peligrosos animales del periodo.
   
   Cuando la desaparición de los glaciares pudo brindar al hombre de Neandertal la ocasión de desarrollar una superior cultura, irrumpió súbitamente en Europa un hombre de nuestra propia especie, el hombre de Cromagnon. Bien constituido, alto, erguido, de cráneo y rostro muy semejantes a los de los actuales escandinavos (si se exceptúan sus pómulos más anchos) y capacidad craneana igual a la del hombre moderno, constituía un hermoso ejemplar físico. Ocupó las cavernas que antaño poseyera el hombre de Neandertal y en ellas encendió su fuego, elaboró sus herramientas y vivió con su familia. Al igual que sus predecesores, carecía de todo conocimiento de cultivo y domesticación de animales, mas poseía la lanzadera o propulsor de azagayas. Con esta arma superior, que todavía usan los esquimales, mataba gran número de caballos salvajes, bisontes, mamuts y otros animales de gran tamaño. Poseía herramientas de piedra e incluso excelentes utensilios de hueso sobre los que solía grabar intrincados dibujos. En las paredes del fondo de la cueva tallaba, grababa, pintaba o modelaba con sorprendente similitud los animales que cazaba. Al parecer, tales representaciones estaban vinculadas a ritos mágicos encaminados a obtener abundante y fácil caza (v. Arte rupestre). El hombre de Cromagnon vivió hasta el final de la glaciación, en que se vio remplazado o absorbido por las razas modernas. Véase Antropología; Casa, Alojamientos prehistóricos y primitivos; Cromagnon, Hombre de; Edad; Neandertal, Hombre de; Sinanthropus pekinensis.

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