Durante dos mil años Alsacia y Lorena han sido territorios fronterizos, disputados y poseidos alternativamente por los pueblos y gobiernos de uno y otro lado del Rin. En la época de César, Alsacia estaba ocupada por tribus célticas; la derrota que éste infligió en sus territorios a los germanos invasores demoró la penetración bárbara en Francia durante varios siglos. Los esfuerzos por dividir y gobernar los reinos francos, pugna que perduró hasta la extinción de la dinastía carolingia, empujaron la línea fronteriza a un lado u otro o atribuyeron estas tierras al proyectado reino central de Lotaringia (Lorena). Alsacia formó parte del Sacro Imperio Romano Germánico; estuvo gobernada por varias familias y, durante algún tiempo, por el obispo de Estrasburgo; después cayó bajo el dominio de los Habsburgo. En la Edad Moderna revirtió a Francia; parte por la Paz de Westfalia (1648) y parte por los métodos imperialistas, más o menos legales, de Luis ' XIV. Estas anexiones incluyeron la ciudad de Estrasburgo en 1681 y fueron ratificadas por el Tratado de Ryswick en 1697. El resto de Alsacia pasó a poder de Francia durante la Revolución Francesa y siguió siendo francés hasta que fue cedido a Alemania en 1871.
Durante el dominio alemán Alsacia-Lorena fue administrada como territorio imperial, no como uno de los estados alemanes integrantes del Imperio; el gobernador era nombrado directamente por el emperador y asistido por un consejo de ministros y una cámara legislativa. La política alemana de gobierno en estos territorios fue alternativamente conciliadora y coercitiva. Las restricciones impuestas al uso de la lengua francesa fomentaron el descontento a pesar de que gran parte del pueblo hablaba alemán. Esta política, así como la de suspender los periódicos y sociedades franceses, concitó la enemistad de gran parte del pueblo alsaciano y dio pábulo a los deseos franceses de recuperar las llamadas «provincias perdidas».
El Tratado de Paz de Versalles devolvió Alsacia y Lorena a Francia con las fronteras anteriores a 1871. Los años de la guerra, en que Alemania trató virtualmente al país como territorio enemigo y Francia profesó una política decidida de respetar los sentimientos locales, parece que debieron haber robustecido la lealtad a Francia. Una serie empero de factores laboró en sentido opuesto. El pueblo de habla alemana reaccionó contra los intentos de alentar la lengua y cultura francesas. Las sociedades secretas y la propaganda alemana fomentaron el resentimiento. El orgullo local exigía una mayor autonomía frente al centralismo francés. Los católicos alsacianos desconfiaban del gobierno por anticlerical; todavía estaba vigente en la región el Concordato de Napoleón con la Santa Sede, anulado por Francia en 1905, y no habían entrado en vigor las leyes francesas referentes a la religión y la enseñanza. Todos estos factores alentaron el sentimiento nacionalista y provocaron en muchos casos una decidida germanofilia. Al producirse la ocupación nazi en 1940, los alemanes incorporaron Lorena a la provincia del Sarre, impusieron el servicio militar obligatorio, encuadraron a los muchachos en las Juventudes Hitlerianas y suprimieron la educación en francés. En el otoño de 1944 penetraron las fuerzas estadounidenses en Lorena y la Alsacia francesa, que, al concluir la guerra, pasaron una vez más a integrar el territorio galo.