Las primeras bandas de concierto surgieron en las ciudades medievales. Componíanse de pífanos, flautas, cornetas, gaitas, tambores e instrumentos de cuerda, pertenecientes a la familia de las violas. Lo mismo interpretaban música profana que religiosa. Sus miembros solían ser músicos profesionales y los contrataban para tocar en las complicadas ceremonias municipales y gremiales que caracterizaron la Edad Media y los comienzos del Renacimiento.
La decadencia de los gremios y la creciente especialización de la música convirtió las bandas municipales en bandas donde predominaron los instrumentos de metal, dedicados especialmente a la interpretación de música religiosa y civil de índole popular. La música seria quedó reservada entonces a la orquesta, que a comienzos del siglo xviii había adoptado la forma general que tiene hoy día.
Al perfeccionarse los métodos en la fabricación de instrumentos de metal durante el siglo xix, éstos se hicieron asequibles provocándose un considerable aumento de las bandas municipales, sobre todo en aquellos países donde no existía una tradición musical suficiente para escuchar música orquestal. Su principal misión consistía en distraer al pueblo, por lo que dedicaron cada vez más atención a la música civil, sin limitarse exclusivamente a la interpretación de marchas militares. Tal ocurrió con las grandes bandas europeas. Así, en los conciertos comenzaron a interpretarse valses, composiciones de moda y selecciones de música clásica.
No obstante la creciente popularidad de las bandas, escasearon los compositores que escribieran música
seria para las mismas. La mayor parte del repertorio se formó con arreglos de obras para orquesta, por prestarse éstas fácilmente a la transcripción a causa de la relativamente pequeña proporción de instrumentos de metal que intervienen en las bandas modernas de conciertos.
