Bélgica: lengua y literatura

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Bélgica: lengua y literatura
  1. Bélgica, que carece de lengua específica, está dividida cultural y lingüísticamente en dos regiones. La mitad nordoccidental del país (Flandes) usa el flamenco, dialecto del holandés, mientras que la sudoriental (Walonia) utiliza el francés. La atracción de ambos polos culturales, Holanda y Francia, desde fronteras opuestas, ha estorbado el desarrollo de una literatura verdaderamente nacional. La expresada en francés se cultivó a lo largo de la Edad Media en todas las formas al uso, menos en la de chansons de geste, si bien los frutos conseguidos quedaron eclipsados por sus paralelos franceses. El relato Aucassin et Nicolette es originario de una comarca hoy perteneciente a Bélgica; digna de mención es asimismo una versión flamenca de la canción de Renard, el Zorro, titulada Reniaerde. Pero la verdadera era de las letras belgas, tanto en flamenco como en francés, llegó después de la Revolución de 1830. Tras la segregación del territorio y consiguiente liberación de la tutela holandesa se produjo una reacción contra todo lo flamenco, incluido el idioma. El francés, que siempre había sido la lengua de las clases cultas, incluso en las provincias flamencas, señoreó entonces’ el panorama literario. Hacia 1880 se produjo un resurgir de las letras flamencas al tiempo que cobraba actividad el movimiento regionalista valón. Los románticos estuvieron representados por el fácil y laborioso André van Hasselt (1806-74) y su principal rival, Theodore Weustenraad (1805-49), que en grávido lirismo expresaron su fe en el progreso de la industria. De la generación realista (1850-80) sobresale Charles de Coster con La légende d'Ullenspiegel (1867).

    Al mismo tiempo cobraba importancia la escuela flamenca que se proponía demostrar las excelencias de esta lengua, digna de equipararse al francés. Los promotores de este movimiento eran principalmente polemistas comojan Frans Willems (1793-1846), «padre» del mismo. El escritor más importante de esta época fue el novelista y narrador Hendrik Conscience (1812-83). Guido Gezelle (1830-1900) alcanzó verdadera talla universal. En su Rijmsnoer (1897) dejó constancia de su fuerte lirismo, sinceridad, vehemencia y amor a la naturaleza limpio de todo sensualismo. Albrecht Ro-denbach (1856-80) fue un joven idealista que en su breve existencia fue tenido por heraldo del resurgir político de 1880. El paralelo «renacimiento» de Holanda alentó el auge de la tendencia flamenca, así como, de rechazo, el del regionalismo valón.

    El simbolista flamenco Pol de Mont (1857-1931) fue al mismo tiempo intemacionalista y campeón de su región natal. Por los años 1890 el movimiento flamenco giró en torno al Van Nu en Straks, periódico mensual intemacionalista y liberal. Tras la I Guerra Mundial la mayoría de los escritores se ocuparon preferentemente de los problemas sociales y políticos y produjeron poco de valor duradero. Paul van Ostayeh (1896-1928), sin embargo, fue adalid de la poesía libre y escribió versos «puros», incontaminados de cualquier preocupación del momento. Mejor conocidos son los autores belgas de lengua francesa. Bueno será advertir a este respecto que la un tanto arbitraria división geo-gráfico-lingüística en flamencos y valones no es del todo válida desde el momento que Flandes ha dado la mayoría de las obras literarias importantes escritas en francés y, por supuesto, en flamenco. En 1881, el joven poeta Max Weller (1860-89) fundó la revista La Jeme Belgique, órgano del clasicismo belga inspirado en los parnasianos franceses. Claude Lemonnier (1844-1913), poderoso escritor conocido sobre todo por sus novelas Un Male (1881) y Happe-Chair (1886), sobresalió por la viveza de sus descripciones y la riqueza verbal. Los relatos realistas de Georges Eckhoud (1854-1927) en Kermesses (1884) y su versión del abigarrado ajetreo del puerto de Amberes en Novelle Carthage (1888) son típicamente positivos, vigorosos y enteramente flamencos. Albert Giraud (1860-1929), poeta parnasiano y polemista, e Iwan Gilkin (1858-1923), poeta de la nostalgia, pertenecieron al grupo de La Jeune Belgique.

    Entre los más importantes escritores belgas están los simbolistas, impulsados desde el comienzo por La Wallonie, diario fundado en 1886 para alentar el sentimiento valón por Albert Mockel (1886-1945), poeta a su vez de nota. Sus Clartés (1902) y La Flamme Immortelle (1924) tratan de la naturaleza y el amor con pureza y sentimiento finamente matizado. Pero ningún poeta belga, simbolista o no, gozó de tan gran reputación como Emile Verhaeren (1855-1916). Desde su primer libro, Les Flamandes (1883), desplegó una rudeza de contenido y un vigor de expresión que habían de transmitirse a obras como Les Soirs (1887), Les Apparus dans mes Chemins (1891) y La Multiple Splendeur (1906). Pero hay una segunda faceta en su personalidad, la reflejada en su trilogía Heures Claires (1896), Heures d’après-midi (1905) y Heures du Soir (1911), donde el poeta cantaba con ternura el amor hacia su esposa.

    El teatro belga siempre tropezó con la competencia del francés, pero ello no impidió que Maurice Maeterlinck alcanzase fama mundial con sus obras simbólicas. Por el tiempo en que Van Lerbeghe escribiera Les Flaireurs (1889), Maeterlinck produjo multitud de piezas cortas; pero su éxito había de llegar con obras más largas, donde el misterio se unía a la fatalidad: L’Intruse (1890), Pelléas et Mélisande (1892) y Intérieur (1894). La dirección emprendida desembocó en las fábulas fantásticas de Ariane et Barbe-Bleu (1901) y L’Oiseau Bleu (1909). No fue menos apreciado este autor en su día por sus libros en torno a la moral y sus obras sobre historia natural. Otro escritor de fama internacional fue Fernand Crommelynck que, con su Le Cocu Magnifique (1921), da una versión casi cruel de un tema verdaderamente galo.

    Así como el periodo de 1880 fue de preeminencia poética, la tendencia general a partir de 1900 fue hacia la novela regionalista y un tanto naturalista por un lado y mística y fantástica por otro. En Mariages (1936) y Meurtres (1941), Charles Plisnier (premio Goncourt, 1937) señalaba los problemas sociales de las provincias.

    Los promedios del siglo xx se caracterizan por la repulsa de lo real y la exploración de lo desconocido, lo alucinante, lo absurdo. Dos novelistas se distinguen en esta dirección: Franz Hellens (n. 1881), psicólogo de lo maravilloso en La Femme Partagée (1929) y Frédéric (1936), y Robert Poulet, que estudió las alucinaciones en Les Ténèbres (1934) y evocó el pánico de 1940 en Prélude à l Apocalypse (1943). Albert t’Sers-tevens describe un mundo rabelaisiano de fantasia un tanto diferente, en que bordea los límites de lo normal.

    Los poetas aportaron también su bagaje de irrealidad. Las abruptas emociones de Maurice Carême, los misterios de Roger Bodart en L’Office des Ténèbres (1937) y las repulsas de Jacques Soenens en Couleur de ses jours (1947) no parecían sino preludiar la obra de Henri Michaux. El de éste es un mundo incómodo hecho de los materiales de cada día yuxtapuestos de tal forma que se experimenta en él una sensación de irrealidad. Explora la dislocación del mundo íntimo despersonalizado en Lointain intérieur (1938) y La Marche dans le Tunnel (1943). Su héroe trágico, Plume, Un Certain Plume (1931), es eterna víctima de sus encuentros con lo absurdo. Su libro de poemas Face aux Verrous (1954) se adentra en un mundo imaginario, desconcertantemente semejante al humano.

    Para más información ver: Bélgica.
Actualizado: 23/07/2015

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n. = neutro o norte
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