Del italiano carnevale y éste de la forma bajolatina carnelevale: adiós a la carne. Fiesta popular celebrada en Europa y América durante los tres días anteriores al Miércoles de Ceniza, caracterizada por mascaradas, bailes, batallas de flores y otras formas externas de regocijo. Sin duda sus orígenes se encuentran en las festividades que por primavera celebran los pueblos paganos con acompañamiento de música, cantos y danzas y que no pocas veces revestían carácter licencioso; así, las fiestas egipcias de Apis e Isis, las griegas de Baco, las romanas de Saturno, etc. El medievo contempló el resugir de estos bulliciosos festejos, muy particularmente en las ciudades italianas; en Roma la llegada del Carnaval era anunciada por jóvenes disfrazados de monjes que recorrían vociferantes las calles. En éstas y en los bailes aparecían en los siguientes días figuras de mil guisas y fachas a cuál más dispares; se celebraban carreras de caballos sin jinete, bailes de máscaras, deportes y otros festejos, que finalizaban a las doce de la noche del Martes de Carnestolendas o Martes de Carnaval. Tales divertimientos se impusieron también en París, cuyo carnaval no tardó en destacar sobre todos los demás. Hoy tienen especial renombre los de Niza —celebrado con batallas de flores, que ha inspirado el de Pasadena (EE. UU.)— y otras ciudades mediterráneas, los Faschinge alemanes, el Mardi Gras de Nueva Orléans, el de Montevideo, el Jueves Lardero español y, sobre todo, el de Rio de Janeiro, cuyas calles son esos días un auténtico caleidoscopio de luz y color.