Famosos concilios religioso-políticos celebrados de los siglos iv al xvi. Los primeros se ocuparon principalmente de las herejías, afianzaron el respeto a la Santa Sede y adoptaron la palabra jilioque (y del Hijo) para establecer la procedencia del Espíritu Santo. El tercero es famoso porque en él, el rey Recaredo, su esposa, numerosos obispos, eclesiásticos y grandes señores abjuraron de la herejía arriana que habían practicado hasta entonces, con lo que se consumó la unidad de creencias en la Península. En el siglo vii la mayoría de los concilios, (iv-xvii), consideraron asuntos del Estado y fueron convocados por los reyes. Abordaron, pues, no sólo cuestiones eclesiásticas, sino también políticas, y actuaron como cuerpos legislativos y a veces administrativos.
En el siglo xvi descuella el celebrado durante el remado de Felipe II, que, basándose en el privilegio que siempre se concediera a los monarcas, envió su embajador, pero el papa Gregorio XIII, opuesto a cuanto pudiera significar disminución del poder de la Iglesia, prohibió que se incluyera en las Actas el nombre del representante real. De ahí surgieron entre ambas partes disputas que sin duda contribuyeron a la suspensión definitiva de esta clase de asambleas en España. Véase España, Historia.