Con pocas excepciones, los anfibios son vertebrados acuáticos o buscan los lugares húmedos. No pueden tolerar el aire seco ni el calor por mucho tiempo. Esto se refleja en sus hábitos nocturnos. Las salamandras y los sapos pasan los meses de invierno enterrados en el lodo del fondo de un lago o lecho de un río, ocultos en la oquedad de un tronco podrido o entre la hojarasca de los bosques. Al comenzar la primavera acuden a sus lugares de cría. El croar de los machos de numerosos anuros en celo es un signo cierto de la proximidad de la primavera. Los sapos arborícolas suelen croar intensamente al avecinarse una tormenta. El sonido lo producen impulsando el aire desde los pulmones a la boca y desde ésta a los sacos bucales a través de un orificio situado a cada lado de la lengua. Luego los sacos se deshinchan y los pulmones se dilatan. Los sacos bucales son exclusivos de los machos de las ranas. El alimento de todos los anfibios consiste principalmente en seres vivos. Las formas larvarias son omnívoras y se alimentan de plantas acuáticas y animales diminutos. Ranas y sapos capturan presas vivas con sus lenguas grandes y pegajosas. La lengua de un anfibio se inserta en el borde externo de la mandíbula inferior y es proyectada ágilmente fuera de la boca, a la que vuelve con gran rapidez. Los anfibios carecen casi por completo de importancia económica. Destruyen indistintamente insectos perjudiciales y beneficiosos. Los grandes sapos de Suriman tienen fama de devorar las larvas blancas perjudiciales a la industria azucarera de Puerto Rico. Las ranas son de gran valor como alimento y como, animales de laboratorio. Las africanas del género Xenopus se han empleado extensamente para el diagnóstico precoz del embarazo.
