En la época de los inicios del metal en la Península Ibérica, por toda Andalucía, sudeste, Portugal y el occidente de la Península, se desarrolla la llamada «cultura dolménica», que en fecha algo posterior, hacia el 1600, se extiende desde centros originarios del Mediterráneo, por la región pirenaica, desde Cataluña a Vasconia. Quedan fuera del ámbito de la cultura dolménica la Meseta y el Levante. El nombre viene dado por una construcción: el «dolmen», consistente en un recinto sepulcral formado por losas de pie, cubiertas por otra que sirve de techo. Sin embargo, la cultura dolménica engloba en su denominación otros tipos constructivos de sepulcros: los de cámara y corredor y los de galería, en que el corredor y la cámara no se diferencian apenas. Al margen hay que considerar, dentro del grupo, otras especies, como los «menhires», conmemorativos, las tumbas en cuevas y las tumbas de plantas aberrantes o excavadas en la roca imitando los tipos de construcción con losas. El origen de la cultura dolménica se admite como procedente del Mediterráneo oriental (Egeo-Cícladas), como muestran no sólo las formas más antiguas, sino también el conjunto de objetos del ajuar funerario y de carácter religioso (ídolos-placas, imágenes de la diosa madre, cuentas de marfil, idolillos de piedra, etc.) y sobre todo las especies de vasijas de cerámica que van unidas a estas construcciones, del mismo modo que los escasos objetos de metal (puñalitos, brazaletes, cinceles, hachas, etc.) en conjunto fabricados con cobre puro con ligeros restos de arsenio o plata. La cultura dolménica pirenaica forma un mundo muy local, que recibe influencias de las áreas vecinas y pervive hasta el año 1000 en que los sepulcros son utilizados por pueblos de estirpe precelta. La expansión de la cultura dolménica se sigue por los caminos fluviales de Francia y en general por las rutas costeras atlánticas hasta el N de las Islas Británicas, Bretaña, Dinamarca y Es-candinavia.