Las razones que urgieron a los estados modernos a crear imperios son muchas y muy complejas. En muchos casos predominaron las aspiraciones comerciales y económicas que impulsaban a los europeos a adquirir factorías, plantaciones y minas. En otros casos se buscó el dominio de territorios de ultramar para establecer a los propios súbditos en el extranjero o para crear colonias penitenciarias. Una tercera razón fue el celo misionero, que alentó la expansión imperialista para atraerse nuevos conversos o para proteger a los indígenas contra la explotación incontrolada. Otras anexiones derivaron incidentalmente de guerras y explotaciones. Pocas o ninguna han sido las colonias adquiridas por una sola razón: la política colonialista obedecía generalmente a una mezcla de factores estratégicos, comerciales, ideológicos y puramente incidentales.