historia: circo moderno

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historia: circo moderno
  1. Historia.

    Con la desaparición del Imperio desapareció el circo como gran espectáculo. Su espíritu fue, sin embargo, recogido por cierta clase de juglares que durante la Edad Media hacían gala de sus habilidades físicas más bien que de sus dotes de cantantes o recitadores. También los mendigos observaron que les era más fácil atraerse la atención del público si disponían de algún animalillo amaestrado. Los zíngaros hicieron características sus exhibiciones de osos amaestrados. En realidad estos titiriteros y volatineros, que llegaron a constituir pequeñas compañías, suponían casi la única diversión de la población rural. Eternos nómadas, medio mendigos, aplaudidos en unos lugares y apaleados en otros, ricos en ilusiones y pobres en dinero, constituyeron, a pesar de todo, el embrión del «mayor espectáculo del mundo».

    El circo, en su acepción moderna, nace en realidad a fines del siglo xviii cuando un excelente jinete inglés, el sargento mayor Philip Astley, organiza en Londres (1767) un espectáculo de equitación al que pronto incorpora acróbatas, malabaristas e incluso los primeros «payasos». Cuando Astley visitó Europa, su idea fue recogida por Antoine Franconi, que abrió el primer circo del continente. Las primeras instalaciones fueron fijas, hasta que, a mediados del siglo xix, George y John Sanger popularizaron en Inglaterra el toldo desmontable.

    Ya para entonces había llegado el circo a los Estados Unidos, país en el que alcanzó su punto culminante y donde se han reunido las compañías más espectaculares y famosas bajo los toldos de mayor tamaño que jamás se hayan levantado. James Sharp abrió el primer circo norteamericano en Salem (1771), pero el verdadero iniciador del gran circo moderno fue Hackaliah Bailey, cuya gran estrella fue la «Vieja Bet», una elefanta adquirida en 1815; desde entonces la presencia de los elefantes fue tradicional en todo buen espectáculo circense. El circo adquirió definitivamente su aspecto actual en los años siguientes; además de los números de animales amaestrados, dio entrada a los acróbatas, malabaristas, equilibristas, etcétera, y adoptó el clásico toldo circular de lona, construido por primera vez por Nate Howes y Aaron Turner (1826). Años después surgió una figura señera en la historia del circo moderno: Phineas T. Barnum, activo empresario con un extraordinario sentido de la publicidad. Adquirió al Parque Zoológico de Londres el mayor elefante en cautividad, Jumbo, cuya popularidad aún no ha sido igualada por ningún otro «artista»; compró 61 vagones de ferrocarril que constituyeron el primer tren propiedad de un circo; introdujo los fenómenos circenses y llegó a dar tres representaciones en un solo día, además del tradicional desfile. Asociado con James A. Bailey y otros promotores, creó un espectáculo tan fabuloso que «Barnum & Bailey» fueron invitados a trasladarse a Europa, continente que recorrieron en triunfo, como lo recorrería después de 1883 William F. Cody, «Buffalo Bill», con su famoso espectáculo del Oeste Salvaje. Durante una de las giras europeas de «Barnum & Bailey» (1897-1903) surgió en los Estados Unidos otra compañía formada por la que estaba llamada a convertirse en la más importante dinastía circense: los hermanos Ringling. El grupo, formado inicialmente por sólo los siete hijos de August Rüngeling, se inició en las lides circenses con tan buena suerte que para 1907 habían adquirido el espectáculo de Barnum y, con el tiempo, se hicieron propietarios de todos los circos importantes de Norteamérica. Hoy día, la «Ringling Brothers», constituida en sociedad anónima, es la principal empresa circense del mundo.

    Los circos europeos siguieron un desarrollo paralelo al de los americanos; en general, no alcanzaron dimensiones similares, pero sus «números» y atracciones poseen calidad y buen gusto superiores. En España fue famosísima la dinastía de los Feijóo como promotores de espectáculos; el circo Price tiene un local fijo en Madrid, aparte de recorrer con su compañía todas las ciudades españolas durante las fiestas regionales; no menos famoso es el Americano. Otros circos famosos son o fueron: en Inglaterra, el Bostock; en Alemania, el Krone, uno de los mayores del mundo, que recorrió en triunfo toda Europa; en México, el Orrin; en Francia, el «Cirque de Paris» y el Medrano, en los que se han formado algunos de los mejores artistas.


    La representación.


    Al igual que en la antigüedad, la fieras y los caballos constituyen la máxima atracción del circo. Números típicos son la presentación de tigres y leones, la exhibición de las focas, la actuación de los elefantes. Es curioso que todavía se mida la importancia de un circo no por la calidad del espectáculo o por la importancia del material, sino por el número de elefantes que posee. Y no va descaminada esta apreciación, pues un buen elefante puede costar más de medio millón de pesetas. Con frecuencia se ha^eci acompañar los circos por parques zoológicos en miniatura, como atracción complementaria.


    Los números «humanos» que, en principio, fueron un simple complemento a la actuación de los animales, han ganado considerablemente en calidad y variedad, hasta tal punto que sería imposible hacer una relación detallada de las infinitas especialidades circenses. Los artistas nacen, viven y mueren en el circo; son familias completas que se transmiten de generación en generación los secretos de su arte y que aman entrañablemente su profesión: el trapecista, figura estelar del circo y situado en el punto más alto de su curiosa «escala social», no se considerará rebajado por echar una mano a los montadores de la lona si su ayuda es necesaria. La gran familia del circo abarca, además, funámbulos, malabaristas, barristas, prestidigitadores, equilibristas, forzudos, contorsionistas..., sin contar el ejército de auxiliares, aptos para cualquier trabajo, que debe acompañar a todo circo de importancia. Mención especial merecen los payasos. A pesar de ser los personajes más característicamente circenses y uno de los mayores atractivos para chicos y grandes, lo cierto es que en realidad constituyen un número de relleno, destinado a cubrir el compás de espera entre atracción y atracción. Claro que también es verdad que el payaso moderno ya no es el burdo caricato de antaño. Sigue utilizando sus originales ropajes, sus enormes zapatones, su cara enharinada, pero no se limita a ejecutar grotescas pantomimas: satiriza con valor las costumbres y manías del momento y ejerce, a su modo, una fina crítica de cuanto le viene a mano. En muchas ocasiones, la actuación de un payaso de calidad, de un verdadero clown, como, por ejemplo, las del célebre payaso suizo Grock, ya fallecido, ha constituido el eje del espectáculo.


    Logística.


    Importantísimo aspecto de la organización de todo gran circo es el de los transportes, montaje y atenciones al personal. Basta considerar que no es infrecuente el dar la función de noche en una ciudad y al día siguiente actuar en otra, distante muchos miles de kilómetros. Hasta tal punto ha perfeccionado el circo su organización para el transporte que ha atraído incluso la atención de técnicos militares.

    En principio, el circo viajaba sobre carromatos tirados por caballos; en las proximidades de las ciudades se adornaban y preparaban las carretas, los animales y los artistas para realizar una entrada triunfal. Tal es el origen de las fantásticas paradas circenses anunciadoras del espectáculo que hoy, debido a la intensidad del tráfico, han quedado reducidas a meros desfiles en el interior del toldo antes de iniciarse la representación. Un empresario americano, Dan Rice, trasladaba sus circos en barcos fluviales. El advenimiento del ferrocarril hizo abandonar los carromatos y, aunque muchos circos modernos emplean potentes autocamiones para su traslado, el tren continúa resultando imprescindible para los espectáculos de mayor tamaño. Los viajes suelen realizarse por secciones. En la primera van las cocinas, restaurante y todo lo que no resulte imprescindible para las últimas funciones, ya que esta sección se pone en marcha mientras el circo está dando sus representaciones finales. En otra sección se trasladan las fieras que componen el parque zoológico y parte del material que no pudo salir con la primera. Una tercera sección está formada por las instalaciones del circo propiamente dicho: toldo, postes, graderío, elementos de trabajo, etc. Cierran la marcha los artistas con su vestuario.

    Resulta verdaderamente notable la celeridad, hija de una larga práctica, con que los operarios montan la lona, instalan los asientos, preparan los vestuarios y dejan todo dispuesto para el comienzo de la primera función, pero no menos admirable es la prontitud con que se repara cualquier desperfecto, se remedia cualquier error o se supera cualquier daño; bajo un sol abrasador o una lluvia tropical, nada debe, ni puede, interrumpir la representación del «mayor espectáculo del mundo».

    Para más información ver: circo.
Actualizado: 26/10/2015

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