En la antigüedad, las puntas de las flechas se podían quitar de los palos largos llamados astiles. Esto se hacía porque lo más difícil de hacer en una flecha no era el astil o la punta, sino colocar las plumas. Las plumas se ponían en un ángulo especial para que la flecha girara mientras volaba, lo que aumentaba su precisión y alcance. Hacer esto era una tarea exigente y difícil. Gracias a esto, la flecha se hacía muy peligrosa a una distancia de hasta 30 metros.