Artículo enciclopédico: historia de la casa: alojamientos prehistóricos y primitivos
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historia de la casa: alojamientos prehistóricos y primitivos

 


historia de la casa: alojamientos prehistóricos y primitivos
  1. Las primeras habitaciones humanas de que se tiene noticia fueron las cuevas, que, tanto en Europa como en Asia, sirvieron al hombre primitivo para guarecerse de los elementos y defenderse de las fieras. Conocido ya el fuego, la vida familiar se organizó rudimentariamente en torno al hogar, al amparo de la roca salediza que le daba cobijo. Como no existía el puchero de barro ni ningún utensilio parecido, la familia preparaba su carne sobre las brasas ardientes. El fuego proporcionaba, además, calor y protección en las horas de sueño. Cabe suponer que los cavernícolas dormirían sobre pieles, aunque de éstas no haya llegado la menor traza hasta nosotros, al igual que de otros adminículos de materiales poco duraderos.

    La cueva ha servido y sirve de morada en todo el mundo. Se sabe, en efecto, que en épocas mucho más recientes las utilizaban los hombres primitivos del suroeste norteamericano. En este país, durante los siglos I al V de nuestra Era, los indios cesteros emplearon las cavernas, primero como almacenes y más tarde como moradas. Según parece, sus primeros refugios artificiales se improvisaron con pértigas adosadas a las paredes posteriores de las cuevas, a guisa de pantallas protectoras del viento. Más tarde excavaron fosos en el suelo y los remataron con ligeras superestructuras de ramaje. La evolución de esta clase de construcciones hasta llegar a las viviendas multicelulares de las rocas constituye un interesante capítulo de la arqueología norteamericana (v. Arqueología americana). En diferentes lugares existen aún trogloditas: en las regiones mediterráneas, en Ceilán, en el África Oriental Británica. En España se conservan esas viviendas en lugares donde la formación geológica del suelo permite su fácil excavación. Muy conocidas son las cuevas del Sacromonte de Granada. En Guadix hay un barrio entero, el de Santiago, subterráneo. Existen también en el valle medio del Ebro viviendas de esa clase. Abiertas en ribazos orientados a mediodía, amplias y bien ventiladas muchas de ellas, frescas en verano y templadas en invierno, reúnen mejores condiciones de habitabilidad que muchas casas de los suburbios de las grandes ciudades industriales.

    Entre las viviendas primitivas más sencillas figuran las cabañas habitadas por los pigmeos de Filipinas y otras partes del sudeste asiático; consisten en ramas ahorquilladas introducidas en el suelo, sobre las cuales se extienden hojas de palmera cómo cubierta. En las mejores se erigen poyos o plataformas elevadas, que sirven a la vez de suelo y lecho; pero estas superestructuras son raras y todas carecen de protecciones laterales. El tipo general, fácil de construir, se halla muy extendido en los lugares donde el clima lo permite. Se afirma que, en la época de su descubrimiento, muchas tribus australianas carecían incluso de estos endebles refugios y sólo usaban pantallas protectoras cuando el fuerte viento lo exigía.


    América del Norte.

    Como América ofrece una amplia gama de primitivas construcciones, procedemos a estudiarlas como base comparativa. La mayoría de los lectores conoce el iglú de los esquimales, construido de bloques compactos de nieve cortados al sesgo de modo que puedan superponerse en espiral y rematarse con un solo bloque. El interior se calienta mediante cuencos de piedra o cerámica donde arde aceite de foca con ayuda de una mecha. A la vivienda se accede por un túnel cerrado que, además de ayudar a reducir el frío, sirve de yacija nocturna a los perros. El tipo de vivienda invernal más extendido entre los esquimales se construye excavando un pozo de unos dos metros de profundidad, a cuyas caras se adosa una armazón de madera o huesos de ballena. De techo sirven los costillares del mismo cetáceo cubiertos de tierra y musgo. Al igual que en los iglús, su entrada aparece cubierta. Muy parecidas a las anteriores son las chozas de tierra, muy comunes, que de ordinario presentan suelos rebajados y armazón formada por ramas recubiertas primero de cortezas y después de tierra o césped. A este modelo se atenían las grandes chozas de los mandanos y omahas, las utilizadas en sus ceremonias por los maidus y otras tribus californianas y, finalmente, los hogan de los navajos. Incluso las casas de hierbas de los wichitas no eran sino simples variantes del grupo anterior.

    La mayoría de las moradas americanas primitivas se asemejan a las utilizadas en las demás partes del mundo. Las chozas semisubterráneas se hallan muy extendidas en el N de Asia; los tepees de pieles tienen su contrapartida entre los chukches paleosibe-rianos; mientras que las yurtas de fieltro de los pastores nómadas de Mogolia y Asia Central son en su forma parecidas a los wigwams de los indios norteamericanos. En Sudamérica, Melanesia y Malasia vemos la casa comunal, que en el último de esos países alcanza gran tamaño y suele edificarse sobre postes, que la elevan a mucha altura del suelo. Entre las tribus del interior de Borneo todo un pueblo duerme a veces bajo un mismo techo.

    En Malasia y otros sitios abundan los dendrícolas, que encaraman sus viviendas en las copas de los árboles para protegerse contra los animales salvajes o los enemigos humanos.


    América Central y Meridional.

    Los habitantes de México y América Central fueron los primeros en practicar la agricultura en aquel continente y en establecerse con carácter sedentario en poblados permanentes antes de la Era cristiana. Mientras abundan los escritos relativos al desarrollo impresionante de los edificios religiosos y ceremoniales de los incas, mayas, toltecas y aztecas, apenas si han merecido atención literaria las construcciones destinadas a morada humana. Por fortuna los arqueólogos han podido reconstruir la historia de estos edificios, menos grandiosos, mediante excavaciones y estudios de las figuras halladas en los vasos pintados, las esculturas y los códices. Los bajorrelieves encontrados en las paredes de la Casa de las Monjas de Uxmal representan estructuras muy parecidas a las de los mayas contemporáneos. Estos y otros descubrimientos arqueológicos demuestran que, de producirse algún cambio entre ellos en materia de vivienda en el transcurso de 2000 años, ha sido bien pequeño en todo caso. La habitación era por lo común rectangular, de unos 20 X 11 m, con sus muros construidos de ramas o piedra hasta una altura aproximada de 2 m, que soportaban una armazón de largueros con su parhilera alzada unos 5 m. El tejado, de mucha pendiente, se recubría de bálago. Las paredes laterales eran de ramas recubiertas de barro y emplastecidas de blanco. Estas chozas, en su modestia, ofrecían acusado contraste con los edificios públicos y los templos, construidos de hormigón con fachadas de piedra sobre plataformas elevadas o pirámides truncadas. El centro cultural de los mayas no estaba en la ciudad, sino en el templo y sus anejos. En él quedó plasmada la arquitectura más bella y el arte más fastuoso de la América prehistórica.

    Lo mismo cabría decir de México, donde las tribus de hace 2000 años vivían, como los agricultores de hoy, en cabañas con techos de bálago sostenidos por paredes de zarzo, recubierto de barro. Los toltecas primero y los aztecas después edificaron ciudades con casas de escalonada importancia. En las afueras se levantaban las frágiles cabañas de los labradores, venían luego edificios más sólidos con paredes de adobe, a continuación las casas pretenciosas de la clase acomodada y, por fin, los palacios y templos. La casa del jefe era de paredes de adobe apoyadas sobre cimientos de piedra, con pilares de madera que soportaban el techo de un atrio o antecámara. Esta arquitectura llegó a su ápice en el palacio de Moctezuma. En él las habitaciones estaban dispuestas en niveles diferentes en forma de terrazas o plataformas. Las salas de recepción, los dormitorios, los alojamientos para la servidumbre, la cocina y la despensa se situaban alrededor de un patio central. No se conocían las ventanas, por lo que las habitaciones exteriores daban a un patio y las interiores recibían luz y ventilación por las puertas. Los patios eran frescos y aireados, poblados de plantas exóticas que reflejaban su belleza sobre las aguas de las piscinas. Los templos, más suntuosos, se erguían sobre pirámides truncadas y dominaban la ciudad.

    Para más información ver: casa.
Actualizado: 25/09/2015
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