La cocaína intoxica todos los protoplasmas. Las células ciliadas, los glóbulos blancos de la sangre y los espermatozoos pierden su movilidad sumergidos en una solución de la droga. En la córnea del ojo, una solución concentrada puede producir manchas en forma de «nubes», erosiones e incluso úlceras.
La intoxicación aguda, originada por la ingestión o inyección de cantidades tóxicas, se caracteriza por un estado de excitación, vahídos, inquietud y confusión mental, seguidos a veces por intensos dolores de cabeza, escalofríos y vómitos. El paciente llega a delirar y queda por fin inconsciente. Antes de la muerte, el intoxicado sufre convulsiones y, finalmente, un colapso respiratorio o, menos frecuentemente, circulatorio. La muerte en ciertas ocasiones llega de un modo sorprendentemente rápido. Los barbitúricos (v. Bar-bitúricos) pueden prevenir esta intoxicación aguda y actuar en condiciones favorables como antídoto.
La intoxicación crónica o cocainomanía tiene su origen en el uso habitual de la droga (v. Toxicomanía). El cocainómano absorbe la cocaína por aspiración nasal o por inyección subcutánea. El tabique nasal de estos pacientes suele presentar perforaciones. La droga proporciona a los viciosos una excitación agradable y una mayor confianza en la capacidad propia. Se convierten en felices extrovertidos y buscan la amistad de otros compañeros, generalmente cocainómanos como ellos. A veces acaban de perder del todo el dominio de sí mismos y llegan a la paranoia; otras se vuelven melancólicos, desconfiados y hasta peligrosos para los demás. Son víctimas de alucinaciones, perturbaciones digestivas y sensoriales, insomnio y temblores. La degeneración total, física y mental, es la secuela ineludible del cocainómano.