El desastre estremeció a Europa. Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Romano Imperio, Felipe Augusto de Francia y Ricarda I Corazón de León de Inglaterra se aprestaron a una nueva cruzada. Barbarroja pereció ahogado el 10 de jimio de 1190 en Asia Menor y sus tropas fueron absorbidas por los reyes de Francia e Inglaterra. Ricardo, que se había entretenido en Italia y Chipre, se hizo dueño de la situación en cuanto llegó a Palestina. En julio de 1191 los cruzados tomaron San Juan de Acre después de un sitio de casi dos años, que había comenzado antes de su llegada. Las proezas de Ricardo aumentaron su reputación militar, pero su figura quedó empañada por una cruel matanza de prisioneros. Felipe, más preocupado por la política de su país que por el éxito de la Cruzada y celoso de los triunfos personales de Ricardo, regresó a Francia a raíz dé la reconquista de Acre. Ricardo continuó la lucha haciendo alarde de valor en los combates, derrotó a Saladino el 7 de setiembre de 1191 en Arsuf y tomó Ascalona y Jaffa. Sucediéronse batallas y negociaciones hasta la conclusión de un Tratado (setiembre 1192), por el que los cristianos conservaban las ciudades costeras, con acceso libre a Jerusalén y los Santos Lugares, mientras que la ciudad sagrada y la mayor parte del país quedaban en poder de Saladino.
La Cuarta Cruzada. El espíritu de cruzada, que no se había extinguido en Occidente, fue reanimado desde su misma exaltación al solio pontificio (1198) por Inocencio III, organizador de la Cuarta Cruzada. Los expedicionarios, desviados de su objetivo por un llamamiento de Alejo, hijo del depuesto emperador bizantino Isaac II, concertaron un convenio para el transporte con Venecia, cuyo dux, Enrico Dandolo, se convirtió en figura dominante de la expedición. Los cruzados se detuvieron en Dalmacia para tomar la ciudad de Zara, que había sido arrebatada a Ve-necia por los húngaros, acto: que les valió una vigorosa denuncia por parte de Inocencio. En Constantinopla repusieron en el trono al depuesto Isaac II y a su hijo Alejo con gran oposición del pueblo, que terminó coronando a un nuevo emperador, Alejo V. Enfurecidos, los cruzados atacaron y saquearon (abril 1204) Constantinopla, que era probablemente la ciudad más rica y hermosa de la época. Luego procedieron a organizar un Imperio Latino bajo la jefatura de Balduino de Flandes (v. Imperio bizantino). La ciudad y tierras adyacentes, las islas del Mediterráneo oriental y la mayor parte de Grecia, especialmente el Pelo-poneso, quedaron divididas entre Venecia y los cruzados, muchos de los cuales fundaron estados feudales.
Cualquiera que fuese el deseo inicial que impulsó a los cruzados a recuperar los Santos Lugares, quedó desvirtuado en este desmembramiento del gran Imperio Cristiano.
