Como anunciadores del catarro aparecen la cerrazón de la nariz seguida de descarga líquida y el triple dolor de cabeza, ojos y garganta. Sobrevienen luego la tos y la fiebre. Los catarros en sí no duran
más allá de unos días y raramente son graves. Son las frecuentes complicaciones las que los hacen potencialmente peligrosos. En la nariz y la garganta se localizan generalmente multitud de estreptococos, estafilococos, neumococos y otros microbios, que no son dañinos a menos que acierten a penetrar en el interior de la mucosa. En el curso del catarro, sin embargo, estos microorganismos pueden infectar cualquiera de las estructuras de fácil acceso desde la nariz o garganta, como la trompa de Eustaquio, los oídos medio e interno, la laringe (caja de la voz), la tráquea (conducto del aire) y los pulmones (v. Pulmón). A través de los conductos lagrimales, el revestimiento de la nariz forma un todo con la conjuntiva que reviste los párpados y cubre el globo del ojo. La infección puede extenderse fácilmente a cualquiera de estas estructuras, provocando sinusitis recurrente o una lesión permanente, como la sordera, y hasta una neumonía mortal. Véase Neumonía.
Los síntomas catarrales no deben considerarse a la ligera, especialmente en los niños, ya que son engañosamente similares a las primeras etapas de muchas enfermedades graves contagiosas. Síntomas semejantes ofrecen a la vista la rubéola y el sarampión. El dolor de garganta puede ser precursor de escarlatina, difteria o sarampión. La fiebre es síntoma común a todas las enfermedades contagiosas de la infancia. El rubor de la piel, no infrecuente en los catarros, puede ser la primera señal de una erupción de escarlatina, rubéola y viruela loca.