Resumen de la biografía de Cervantes Saavedra, Miguel De
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Breve biografía de Cervantes Saavedra, Miguel De

 


Biografía de Cervantes Saavedra, Miguel De
  1. Miguel De Cervantes Saavedra (1547-1616).

    Vida. Infancia y adolescencia



    Miguel de Cervantes Saavedra fue bautizado en Alcalá de Henares el 9 de octubre de 1547. El licenciado Juan de Cervantes, abuelo de Miguel, tuvo cargos en varias ciudades (Alcalá de Henares, Cuenca, Guadalajara...) y residió de nuevo algún tiempo en Alcalá, donde luego quedaron su mujer y varios hijos, cuando él se fue a vivir a otras partes, y obtuvo nuevos cargos. Rodrigo (padre de Miguel) era un modesto cirujano; la sordera que padecía debió de dificultarle aun en su misma profesión. Casó con Leonor de Cortinas. Miguel fue el hijo cuarto, de siete. El cirujano Rodrigo se fue a vivir a Valladolid en 1550; con él, su mujer, su madre, sus hijos y una hermana suya, María. Esta tía de nuestro biografiado había estado años antes amancebada con un arcediano, hijo bastardo del duque del Infantado, amores que terminaron en sucio y escandaloso pleito, del que el carácter moral del abuelo de Miguel sale muy mal parado. El cirujano, que nunca tuvo suerte, sufrió en Valladolid prisión por deudas y embargo de sus bienes. Alegó y probó su hidalguía; continuó, sin embargo, salvo algunos intervalos, varios meses en la cárcel. ¿Qué huellas dejaría este ambiente, en parte, turbio, en parte, mísero, en el espíritu del futuro novelista, en el que por entonces surgirían los primeros atisbos de la conciencia de la realidad?

    En 1564 vivía el cirujano en Sevilla; Miguel, con sus 17 años, es posible que estudiara allí en el colegio de la Compañía. En Sevilla una hermana suya, Andrea, fue seducida por un Nicolás de Ovando, amores de los que nació una niña (Constanza); también sostuvo aquí un pleito el cirujano Rodrigo y también le embargaron. La adolescencia del autor del Quijote prolongó, pues, el triste despertar de su niñez.


    Primeras obras literarias




    En 1566 la familia estaba asentada en Madrid. De este período son las primeras obras conocidas de Miguel: un soneto a Isabel de Valois en vida de esta reina; otras composiciones de Cervantes a la muerte de esta señora se imprimieron en la Relación verdadera... (1569) que del triste suceso publicó López de Hoyos, catedrático del estudio de la villa de Madrid, quien en ese libro llama a Miguel su «caro y amado discípulo». La poesía está así ya en el comienzo de la vida literaria de Cervantes; le había de acompañar hasta su muerte.


    Cervantes en Italia. Soldado en Lepanto



    De 1569 es una provisión real por la que se sabe que Cervantes había causado heridas a un «Antonio de Sigura» y había sido condenado en rebeldía a que «con vergüenza pública le fuese cortada la mano derecha y a destierro por 10 años»; se mandaba que se le prendiera, pues se le había visto «por estos nuestros Reinos, y que estaba en la ciudad de Sevilla y en otras partes». Cervantes andaba, pues, huido. Y ésta fue, hay que pensar, la causa que le obligó a pasarse a Italia ese mismo año. En Italia entró al servicio de Julio Aquaviva, quien muy pronto iba a ser cardenal. Pero otro servicio le atraía: Cervantes sienta plaza de soldado. Era el momento en que se acaba de formar la liga del Papa, España y Venecia, contra el Turco.

    El día de la Batalla de Lepanto (1571) Cervantes estaba enfermo a bordo de la galera Marquesa. Trataron de convencerle para que no combatiera; pero él se negó y pidió el puesto de mayor peligro; combatiendo valerosamente, fue herido en el pecho y en la mano izquierda, que le quedó para siempre estropeada.

    Fue el día glorioso en la vida de Cervantes. Lo ha recordado con orgullo en varios otros pasajes de sus obras, y sobre ese tema escribió una comedia, La batalla naval, que se ha perdido. Participó también en las expediciones navales de 1572 (a Navarino) y 1573 (tomas de Bizerta y Túnez). Y volvió a residir en Italia, donde la vida le era especialmente grata, y de cuyas ciudades había de hacer en su obra encendidos elogios.


    Cautiverio en Argel




    En 1575 se embarca en Nápoles (junto con su hermano Rodrigo, que había servido también en las jornadas navales) en la galera Sol rumbo a España. Llevaba cartas de recomendación en las que don Juan de Austria y el duque de Sesa elogiaban sus servicios. La galera fue atacada por tres naves berberiscas. Tras un combate fueron apresados, entre otros, Cervantes y su hermano. Comienzan los cinco años de cautiverio en Argel. De la lucha en la Sol y del Argel de los cautivos quedan también numerosos recuerdos en la obra del escritor (entre ellos dos comedias): Los tratos de Argel y Los baños de Argel. La conducta de Cervantes durante el tiempo de su cautiverio es de una abnegación sin límites. Se dedica a organizar planes de fuga para sí y para los otros cautivos. El primero era huir por tierra a Oran; pero el moro que se había comprometido a guiarles les abandonó en el camino y tuvieron que volverse para recibir más cadenas y encerramiento. Mientras tanto, la familia de los dos hermanos cautivos trataba de allegar fondos para redimirlos: lo que se reúne no basta para los dos (las cartas de recomendación que le encontraron hicieron creer que Miguel era hombre de importancia; y así pedían 500 escudos por él). Cervantes prefiere que todo el dinero se junte para ia libertad de Rodrigo, como se hace (1577). Pero el hermano rescatado lleva a España petición de ayuda para un nuevo plan de fuga ideado por Miguel: catorce caballeros estaban ocultos en una cueva de los alrededores de Argel (que el mismo Cervantes había buscado); se trataba ahora de que desde España enviasen una fragata. La fragata vino, pero en el último momento todo fracasó: todos fueron sorprendidos y presos en la cueva. Cervantes se adelanta y dice: «Ninguno de estos cristianos que aquí están tiene culpa en este negocio, porque yo sólo he sido el autor de él y el que los ha inducido a que se huyesen.» Fue cargado de cadenas y permaneció así en prisión cinco meses. Tercer intento de evasión (ahora sería por tierra): un moro llevaba unas cartas al general español de Oran para pedir su ayuda: nuevo fracaso. A Cervantes, como autor de las cartas, el rey le mandó dar dos mil palos; pero muchos intercedieron por él, y no se ejecutó. La familia, mientras tanto, en Madrid, se mueve para lograr el rescate. Nada se consigue. En 1579 la madre de Cervantes entrega a los padres trinitarios 250 ducados y doña Andrea 50.

    En setiembre de 1579, cuarto intento de huida. Con dineros de un mercader valenciano se compra una fragata para la fuga: se trataba de libertar a unos sesenta cristianos, «la gente más florida de Argel». Todo se descubre por traición del Dr. Blanco de Paz: al traidor le dieron en premio, un escudo de oro y una jarra de manteca. Cervantes se presenta al bey y vuelve a echar sobre sí toda la responsabilidad del intento; es encerrado en «la cárcel de los moros que estaba en su mesmo palacio»; el bey forma intención de llevarle consigo a Constantinopla.

    En mayo de 1580 llegan a Argel los padres trinitarios para la redención. Fray Juan Gil hizo amistad con Cervantes, cuyo rescate era difícil por la fuerte suma que pedían por él. Hazán Bajá, el bey, había terminado su gobierno y se volvía con su casa (que llenaba varias naves) a Constantinopla; en una se encontraba Cervantes «con dos cadenas y un grillo»: era el 19 de setiembre de 1580. En el último momento pudo fray Juan Gil pagar los 500 escudos de oro que Hazán Bajá —quien, para asegurarse de Cervantes, le había comprado a su anterior amo— exigía por el cautivo: hubo que buscar entre mercaderes 220 escudos. Por una información, que Cervantes pidió que se hiciera antes de salir de Argel, tenemos noticia minuciosa de los actos de Cervantes durante Su cautiverio. Hay otra fuente, independiente de la mencionada, que acredita la veracidad de estos datos, y es la Topografía e Historia general de Argel, de fray Diego Haedo (Valladolid, 1612), donde se lee: «... del cautiverio y hazañas de Miguel Cervantes se pudiera hacer una particular historia. Decía Asán Bajá, rey de Argel, que como él tuviese guardado al estropeado español, tenía seguros sus cristianos, bajeles y aun a toda la ciudad: tanto era lo que temía las trazas de Miguel de Cervantes». Las noticias del cautiverio de Cervantes son, sin duda, en lo esencial, rigurosamente ciertas. Desembarcó en Valencia, como se sabe por otra información que su padre hizo abrir en Madrid (1 diciembre 1580). Entre noviembre y diciembre salió para. Madrid. Hacía doce años que no lo pisaba.


    Actividad literaria durante el cautiverio



    Aparte algunas poesías laudatorias, lo más importante de esa época es una epístola, en tercetos, pidiendo ayuda para los cristianos de Argel, dirigida al secretario Mateo Vázquez; de ella hablaremos aún.


    De nuevo en España. Vida y actividad literaria



    Poco después de su regreso a Madrid, va a Portugal (1581) donde, tras la anexión, se encontraba Felipe II, Le dan una comisión para Orán, que desempeña. Desde Madrid gestiona (1582) un puesto para América: sin éxito (tampoco lo tuvo, años más tarde, una petición análoga). La Calatea, que vende por unos 1300 reales, aparece en 1585. Escribe para el teatro con éxito (Los tratos de Argel, La Numancia, más otras piezas de las que, todo lo más, conocemos el nombre). Amores con una Ana Franca, de los que nace una hija (Isabel). Cervantes se casa (1584) con Catalina de Salazar y Palacios (de Esquivias, entre Madrid y Toledo), que aporta pequeña dote. De nuevo deja la literatura por los negocios.


    Vida y literatura: los años hasta el «Quijote»



    Reside muchos años (de 1587 a 1600) en Sevilla y recorre en muchos viajes casi toda Andalucía como comisario para aprovisionamiento de la Armada (cereales y aceite que, tarde pagados, había que sacar a los pueblos) y luego para el cobro de tercios y alcabalas. Su mujer seguía en Esquivias. El cargo de aprovisionador obligaba a Cervantes a un inmenso esfuerzo físico y era causa de múltiples disgustos: excomuniones de cabildos, trabacuentas, «alcances imaginarios o reales; pero estos años de vida entre la España popular (caminos, ventas, traficantes, gentes del hampa) representaron, sin duda, un duro conocimiento de la vida y una lenta imbibición de elementos, que fueron base necesaria para el carácter realista de lo mejor de su arte. La quiebra de un banquero dio con él varios meses en la cárcel de Sevilla (1597): parece probable que fuera allí donde se comenzó el Quijote. (Que «se engendró» en una cárcel lo dice el mismo Cervantes y se lo echa en cara Avellaneda.) Vuelto a Castilla (donde ya estaba en 1602), vivía en Valladolid en 1605; muy a principios de ese año apareció en Madrid la primera parte del Quijote: su éxito fue inmediato y grande. La satisfacción que a Cervantes, sin duda, le produjo se vio contrapesada pronto. En Valladolid, a comienzos del verano, fue muerto un caballero llamado Ezpeleta, cerca de la casa donde ocupaba un piso la familia Cervantes. Es evidente que ni Cervantes ni los suyos habían tenido nada que ver en aquel asunto. Pero de las declaraciones del proceso. surgen sospechas acerca de la conducta de Isabel, la hija natural del novelista. (Una testigo —cierto que muy chismorrera— dice «que es público y notorio que está amancebada con un Simón Méndez, portugués», y esta testigo se lo ha reprendido muchas veces al dicho Simón Méndez, «aunque él decía que no entraba sino por buena amistad que tenía en la dicha casa».) Cervantes y casi toda su familia fueron a dar a la cárcel; y en un «acuerdo» manda la justicia que «Simón Méndez no entre en esta casa ni hable en público ni en secreto con esta mujer».

    Años después (en 1608) nuevas sombras caen sobre el carácter de doña Isabel, cuando se firman las capitulaciones para su boda con Luis de Molina. Doña Isabel vivía desde poco antes en una casa de un Juan de Urbina, en concepto de arrendataria (pero una serie de pormenores en varios documentos hacen sospechar). En las referidas capitulaciones figura como viuda, con una niña. En este mismo documento se declara ahora que la niña es la propietaria de la casa de la Red de San Luis: resulta bastante raro. Muy extraño es también que aparezcan como responsables de la dote (2000 ducados) Cervantes, que no tenía, evidentemente, con qué responder, y ese Juan de Urbina. Una explicación —que es razonable—: Isabel habría tenido amores adulterinos con Urbina y la niña sería fruto de ellos. Pero no es difícil discurrir otras explicaciones también razonables. No cabe duda de que nos inclinan a pensar lo peor de doña Isabel la sospecha abierta ya con ocasión del proceso de Valladolid y el hecho, penoso de relatar, pero cierto, de que todas las mujeres de la familia de Cervantes (salvo su madre y su esposa) habían tenido oscuras relaciones con caballeros o negociantes, cuyo final había sido casi siempre una compensación en dinero: parecía ya una costumbre familiar. (A eso, vagamente, aluden, sin duda, algunos insultos de sus émulos en el Quijote de Avellaneda, en un soneto de Lope o de un partidario de Lope, etc.) ¡Cuánta suciedad en tomo a nuestro gran novelista!


    Del «Quijote» apócrifo a la muerte de Cervantes



    La rápida difusión que obtuvo el Don Quijote explica que en 1614 un envidioso publicara un falso Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, el cual apareció como impreso en Tarragona; como autor figuraba un Alonso Fernández de Avellaneda, que se decía licenciado y natural de Tordesillas. No se ha logrado averiguar el verdadero autor, quien en su prólogo ofendía gravemente a Cervantes, con alusiones a la mano estropeada y a haber escrito su libro en la cárcel. Los críticos han propuesto muchísimos nombres, oscuros e insignes, desde Alfonso Lamberto o el doctor Juan Blanco de Paz, el traidor de Argel, hasta Lope de Vega, Ruiz de Alarcón, Tirso de Molina, Guillén de Castro...; cada crítico ha aportado sus sospechas; pero ninguno pruebas documentales, ni siquiera razonables. Probablemente el autor del falso Quijote era un hombre oscuro, literato de tercera fila, con algunos conocimientos de Teología, acaso aragonés y tal vez incluso desconocido de Cervantes; el incógnito escritor perseguía, principalmente, sin duda, la ganancia que libro tan leído le podría producir. Cervantes, que llevaba adelantada la redacción de su segunda parte auténtica, la publicó en Madrid, en 1615, y en ella se defendió con nobleza de las injurias de Avellaneda, mostrándose orgulloso de las heridas recibidas en «la más alta ocasión que vieron los siglos». En el mismo año aparecieron las Ocho comedias y entremeses.

    Los últimos años de su vida fueron sin duda ayudados por la generosidad del Conde de Lemos y también por la del arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas. Cuatro días antes de su muerte firmaba la. serena, lúcida y emocionante dedicatoria al Conde de Lemos, de los Trabajos de Persiles y Sigismunda. El día antes le habían dado la extremaunción. Veía su muerte inminente. Estaba tranquilo (como en Lepanto, como en Argel). Murió el 23 de abril de ese mismo año de 1616. Quiso que le enterraran en el convento de las Trinitarias (entre la calle de Cantarranas —hoy de Lope de Vega— y la de. Las Huertas); el convento y la iglesia han tenido muchas modificaciones: se ignora el sitio que ocupa la sepultura. El Persiles fue publicado póstumo (en 1617).


    El retrato físico de Cervantes



    Se ha hecho famosa la descripción que de sus rasgos físicos escribió el propio Cervantes en el prólogo de las Novelas ejemplares: «éste que véis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata, que no ha 20 años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros, el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies». Pero pese a que se han propuesto varias obras pictóricas como retrato auténtico del inmortal novelista, siempre buscando el apoyo de esa autodescripción, no se conoce por ningún documento visual digno de fe la apariencia física de Cervantes. Aparte esos supuestos retratos auténticos, son innumerables las obras (grabados, pinturas, esculturas) que, basadas en ese autorretrato literario, han pretendido crear una ilusión de la imagen real del gran escritor.

    Sobre el carácter moral de Cervantes. Hemos visto cuánta sordidez rodea la vida del novelista. Punto central para comprender a Cervantes ha de ser, precisamente, el contraste entre su heroísmo indudable, lo mismo en la gloria de un día, en Lepanto, que en la miseria de cinco lentos años en Argel, su honestidad como comisario (pues nada aparece en los trabacuentas y reclamaciones de la Hacienda que resulte deshonroso para el escritor) y ese ambiente familiar —desventuras amorosas de tantas mujeres de su familia, compensadas en dinero, y quizá, alguna vez, en ellas, manejos de garduña picaresca—; ambiente poco limpió, que él tuvo que soportar o quizá consentir. Nótese que es el mismo contraste entre alto ideal y dura necesidad material que la Humanidad ha ido descubriendo como tema central del Quijote. Y no olvidemos que este libro es un producto de experiencia vital: cuando se publica la primera parte, Cervantes tenía 57 años; cuando salió la segunda, tenía ya 68,


    La Galatea



    En 1585 salió en Alcalá de Henares La primera parte de La Galatea. Tenía su autor 37 años y acudía, tardíamente, a situarse en una línea literaria, el género pastoril, de hondísimas raíces greco-latinas. Cervantes sigue en esta obra el modelo que había sido fraguado en castellano por el portugués Montemayor (La Diana, hacia 1559): acción entretejida con varias narraciones.

    Las historias que en La Galatea se cuentan, unas casi carecen de acción exterior: apenas puro sentimiento amoroso, pretexto para que el personaje diga unos versos, y poco más. Aquí está Cervantes más próximo al prototipo de La Arcadia.

    Pero otras historias de La Galatea tienen mucha acción: así, por ejemplo, la muy larga (distendida y fragmentada desde el libro 2.° hasta el 5.°), de Silerio, Timbrio (los dos amigos), Nísida y Blanca, con variación de escenario entre España, Italia y el Mediterráneo, borrascas, asaltos de bandoleros, piraterías turcas en la costa de Cataluña y en el mar, condenas a muerte por equivocación, liberación heroica del condenado, victoria en desafío campal, fatal olvido de la toca blanca que comunicaría la noticia de que el amado había quedado vencedor (lo que recuerda un episodio del Tristón), etc.; y luego la pasión que siente el abnegado Silerio por Nísida, amada también por su amigo Timbrio. La acción de esta novela, que tanto espacio ocupa dentro de La Galatea, nada tiene de pastoril.

    Muchas historias quedan inacabadas. Cervantes prometía, al final del libro, completarlas. Inacabada quedaba, sobre todo, la que para Cervantes era tema principal y marco de todas las otras: Galatea, amada por Elicio y Erastro; esta historia apenas avanza por todo el libro; sólo al final, cuando el padre de Galatea la promete a un «pastor lusitano», ella se resuelve a favorecer a Elicio, y todos los pastores de la aldea se reúnen decididos a impedir que se tuerza la voluntad de la pastora...

    Varios de los pastores de La Galatea tienen algunos rasgos de personajes reales: Tirsi, de Francisco de Figueroa; el muerto Meliso, de don Diego Hurtado de Mendoza; el pastor Astraliano (nombrado una vez), de don Juan de Austria; ¿también Damón, de Pedro Lainez?, ¿y Lauso, de Cervantes? Estos parecidos son, los unos muy auténticos, los otros más o menos posibles.

    Las exequias (algo a lo pagano) del pastor Meliso introducen, hacia el final del libro, el Canto de Caliope, en octavas, en las que la musa ensalza a un centenar de poetas contemporáneos de Cervantes, entre ellos fray Luis de León, Góngora y Lope.

    Si en la técnica novelesca se puede decir que La Galatea casi nada debe a La Arcadia, viene en cambio de esa novela la mezcla de la prosa y el verso (aunque no con la regularidad sistemática de la obra italiana); viene de ella, y de toda la poesía pastoril, el paisaje, en La Galatea, casi siempre sólo apuntado (en pocos momentos —el «Valle de los Cipreses», por ejemplo— llega a estar descrito); vienen, en fin, las peculiaridades estilísticas de la prosa, con el periodo complicado, donde los elementos de la oración principal suelen desarrollar oraciones secundarias: en éstas, el verbo frecuentemente se coloca al final. Por ejemplo: «No dejara tan presto el agradable canto el enamorado Elicio, si no sonaran... las voces de Elicio, que con el rebaño de sus cabras hacia el lugar donde estaba se venía.»


    Primera parte del «Quijote»




    La primera parte del Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha) fue impresa en Madrid; en 1605, en la imprenta de Juan de la Cuesta (en la calle de Atocha): el editor fue Francisco de Robles. La dedicatoria está dirigida al Duque de Béjar.

    La idea central que del Quijote hoy tiene el hombre moderno es la de una parodia de un libro de caballerías: un hidalgo (Quijada, Quesada o Quijana), enloquecido por sus lecturas caballerescas, se sale de su lugar, un pueblo manchego, y busca aventuras por el campo, en defensa de la justicia y en honor de su dama Dulcinea (en realidad una moza de un pueblo cercano); va montado en un rocín al que ha llamado Rocinante; en un asno le acompaña su escudero Sancho, muy atento a las necesidades materiales, si bien tocado de la locura de su amo, pues cree en la «ínsula» que don Quijote le promete como premio. Se trata, pues, de una imagen sencilla y homogénea.

    Sin embargo, esa idea, por lo que respecta a la primera parte del Quijote, dista mucho de corresponder a la realidad de la obra. Es probable que Cervantes, primero, no se propusiera escribir una novela larga; es evidente que luego titubeó y cambió de plan; en fin, tal vez no comprendió entonces la gran creación de la inmortal pareja, don Quijote y Sancho: temeroso quizá de que la repetición de aventuras de parodia caballeresca pudiera cansar, convierte el argumento principal —hacia el final de la obra— en hilo que sirve para engarzar una serie de novelas originalmente independientes, aunque casi todas las lleva, con extraordinaria habilidad, a enlazarse o trabarse con los hechos de don Quijote y de otros personajes de la acción principal.

    El titubeo inicial afecta a los siete u ocho primeros capítulos y va unido a una cuestión muy discutida por la erudición moderna: la del influjo sobre el Quijote de una piececita teatral anónima, llamada El entremés de los romances. Cervantes, en el prólogo, asegura que su propósito era «deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo» tenían los libros de caballerías. Y que ese deseo estuvo en su mente desde la iniciación lo prueba el mismo primer capítulo: el hidalgo se vuelve loco leyendo novelas de caballerías, y en su primera salida se lanza solo (¡Sancho no ha sido inventado aún!) en busca de aventuras. Armado caballero burlescamente por un ventero, ayudado por dos mujeres de mala vida, su primer intento, fallido, es el librar del castigo a un niño azotado por su amo; el segundo, hacer que unos mercaderes reconozcan la belleza sin par de Dulcinea; pero cae del caballo y un criado de los mercaderes le apalea con la propia lanza del caballero. El pobre don Quijote queda tendido, recitando romances que le parecen venir al caso. Un labrador de su mismo lugar le recoge: don Quijote entonces se cree el Valdovinos del romance del Marqués de Mantua y al labrador le toma por el Marqués; luego —cuando el labrador le lleva hacia su pueblo— pasa en su desvarío al mundo de la ficción morisca y se cree Abindarráez y que el labrador es el alcaide de Antequera; llegan al pueblo y la familia de don Quijote le acuesta.

    Conducta extraña: es el único caso en que la locura de don Quijote le lleva a desconocer u olvidar su propia personalidad. En el Entremés de los romances, Bartolo enloquece de leer el romancero, es apaleado con su propia lanza, se cree Valdovinos, saluda a quien le viene a ayudar, tomándole por el Marqués de Mantua, es llevado hacia su pueblo y entonces pasa al mundo de la ficción morisca: se cree Abindarráez y que su interlocutor es el Alcaide de Baza; llegados al pueblo, acuestan a Bartolo. El parecido extraordinario entre los capítulos IV-V de la primera parte del Quijote y el Entremés de los romances se remacha aún cuando en el capítulo VII don Quijote, despertándose, prorrumpe en gritos, llevado de su locura, lo mismo que Bartolo en el Entremés. La relación es innegable. Pero, ¿cuál de estas dos obras ejerció influjo sobre la otra? La anterioridad del Entremés es la única hipótesis con la que nuestros datos sobre este problema se organizan en sistema coherente: Cervantes en los comienzos de su obra (o tal vez desde antes de iniciarla) sufrió el influjo de ese pobre Entremés. Los cervantistas, en general, no lo quieren admitir. Ignoran lo que son los misteriosos caminos del arte; y que la gloria del genio no se merma, sino que se aclara, cuando vemos cómo, sobre lo más baladí, él salta a una máxima creación estética.

    En esos mismos comienzos (cap. VI) ocurre el famoso escrutinio de los libros de don Quijote (la mayor parte, de caballerías) por el cura y el barbero del pueblo: muchos de ellos van condenados al fuego. En el capítulo VII aparece por primera vez Sancho; un labrador que se deja seducir por las fantásticas promesas de don Quijote: será su escudero. Con la creación de Sancho, Cervantes había completado la invención de lo esencial. Y ocurre la segunda salida del héroe: don Quijote y Sancho, en busca de aventuras. Se van iluminando, ante nuestros ojos, la de los molinos, la de los frailes, la señora y el criado vizcaíno... (cap. VIII).

    Una pequeña interrupción aquí. Pero el autor ha encontrado, nos dice, unos papeles de Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo, y la historia prosigue: vencimiento del vizcaíno, aventura de los rebaños de ovejas, del cuerpo muerto, de los batanes, de la bacía de barbero, liberación de los galeotes, aventura de los pellejos de vino y, ya encantado don Quijote, hacia su pueblo, aventura de la procesión de rogativas. En la mayor parte de estos casos, el héroe (que ahora no olvida su propia personalidad) convierte en fantasmagoría lo que ve (los molinos o los pellejos de vino, gigantes; los rebaños de ovejas, ejércitos; la bacía, yelmo de Mambrino, etc.). Sancho, por su parte, ve la realidad, pero, a veces, es seducido por las alucinaciones de su amo.

    He enumerado las principales de las aventuras típicas (todas, menos la del vino, en campo abierto). Ésta es la principal y ejemplar actividad del héroe: acción física para imponer la justicia en el mundo o hacer reconocer en él la belleza de Dulcinea. Añadamos algunas otras que no son, en este sentido, aventuras: el apaleamiento por los yangüeses, o imitaciones caballerescas como la confección del Bálsamo de Fierabrás, la penitencia de don Quijote en Sierra Morena por remedar a Amadís, etcétera.

    Acciones de loco. Pero, curiosamente, hay otra acción puramente intelectual y moral, en sus palabras, las cuales, salvo cuando tocan en lo caballeresco, son de enorme sensatez; a veces su pensamiento se condensa en largos discursos: de la Edad de Oro (capítulo XI), de las armas y las letras (caps. XXXVII-XXXVIII).

    Quedan, de otra parte, las novelas episódicas: casi todas se agrupan entre los capítulos XXIV y XLVII. Una es una novela que encuentran en la segunda venta y el cura lee a los otros personajes, El curioso impertinente (en ella Anselmo, para probar la virtud de su mujer Camila, obliga a su amigo Lotario a que la pretenda: adulterio; Anselmo comprende su error). Otras suceden en el argumento mismo de la obra; Cardenio prometido con Luscinda; ésta, obligada a dar la mano a don Fernando, el cual ha gozado a Dorotea. Dorotea huye a la sierra, donde se ha refugiado, fuera de sí, Cardenio. Allí, Cardenio primero y Dorotea luego, se van encontrando con los personajes de la acción principal, con los que van a la segunda venta. A ella llegan también don Fernando y Luscinda: todo se arregla. La trabazón con la acción principal ocurre así: cuando, para reducir a don Quijote, el cura y el barbero deciden inventar la historia de una princesa que pide justicia, el encuentro con Dorotea les resulta muy útil: ella fingirá ser la princesa. Micomicona, desposeída de su reino. Otra historia es la del capitán cautivo y sus amores con la mora Zoraida; logran escapar de Argel y llegan a la venta cuando en ella están don Quijote y los otros personajes. También llegan el Oidor y doña Clara; enamorado de ésta, les sigue don Luis; luego llegan los criados del padre de don Luis con encargo de volverle a su casa. Todavía Cervantes ha necesitado trabar de algún modo estas dos historias: el Oidor y el Capitán excautivo son hermanos; en favor de don Luis intervienen todos los otros personajes. Aparte estas cuatro nove-litas enlazadas, hay otras dos historias semipastoriles, colocadas la una muy al principio, la otra casi al final: historia de la desamorada Marcela (caps. XII-XIV), de quien todos los pastores están enamorados y por quien muere el pastor-poeta Grisóstomo; pero ella defiende su derecho a amar libremente. Y la historia de Leandra (caps. L-LII), de quien todos están también enamorados, pero que prefiere las galas y gracias de un soldado que la saca de su casa y la deja robada y abandonada en el monte.

    Fuera de estas dos categorías (aventuras caballerescas de don Quijote y novelas intercaladas) queda en el gran cuadro de la obra, el fondo, todo lleno de acciones y personajes, en que, quizá, mejor se evidencia la genial capacidad de evocación realista del autor (venteros y venteras, criadas de mesón, mozas de partido, caminantes, arrieros, cuadrilleros, mozos de muías, caballeros, canónigos, etc.). De vez en cuando, esta realidad se traba de tal forma que produce nódulos de la más viva y gruesa comicidad: confusiones nocturnas en la primera visita a la segunda venta; Maritornes, que buscaba la cama del arriero, cae en la de don Quijote; éste la retiene creyéndola doncella de él enamorada, pero lamenta no poderla corresponder por fidelidad a Dulcinea; es aporreado por el arriero, que esperaba a la moza; ésta se refugia en la cama de Sancho, el cual despierta despavorido y golpea a Maritornes, y es golpeado por ella, etc. Otra concentración de comicidad —estéticamente superior a la que antecede— ocurre en la última estancia en la misma venta, con la llegada del barbero desposeído de albarda y bacía, y la discusión de la albarda-jaez y el baciyelmo. Todavía, como materia conjuntiva de todas las demás, hay que poner los extensos diálogos de don Quijote y Sancho, siempre renovados a lo largo del libro, en los que Cervantes derrochó gracia y poesía: en ellos se pintan la ingenuidad de amo y escudero y sus distintas reacciones ante la realidad, y ofrecen una gran cantidad de filosofía, ciencia de la vida, crítica literaria y gramatical, noticias folklóricas, etc.


    Las novelas ejemplares




    Fueron publicadas en 1613. La voz novela (del it. novella) existía ya desde bastante antes, pero sin un valor muy preciso; Cervantes la vuelve a cargar del sentido italiano de «novela corta». «Yo soy el primero —dice— que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas». En el mismo prólogo explica el término «ejemplares», porque «no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso». No se alaba, y podía haberlo hecho, de la variedad inventiva de estos relatos, los cuales, si en algunos casos son continuación de la novella italiana, en otros son audaces indagaciones de las técnicas de los géneros narrativos que habían de venir.

    Las Novelas Ejemplares oscilan, como todo el arte de Cervantes, entre dos polos (aun como toda la literatura de España): idealismo y realismo. Partiendo de esta oposición, encontramos en seguida un número muy numeroso de estas novelas, cuyos héroes son caracteres enterizos que reúnen en sí toda la belleza moral y frecuentemente también la física: así, por ejemplo, Ricardo, el protagonista de El amante liberal, es el súmmum de la bondad y la generosidad, como su amada Leonisa es la cima de la belleza humana. El idealismo de La española inglesa es también evidente en Isabela, la bellísima y buenísima muchacha española llevada a Inglaterra por los ingleses cuando el saqueo de Cádiz, pero sobre todo en Ricaredo, el joven inglés que la ama y que la sigue amando cuando el veneno le ha desfigurado a Isabela el rostro. Son amores ideales también el de Avendaño, mozo de mesón, en Toledo, por Costanza, La ilustre fregona, y el de Andrés, convertido en gitano por seguir a Preciosa, en La gitanilla; ellas, por su parte, son tan bellas como honestas y recatadas; y, claro está, resultan ser de nobles familias. No cabe dudar que a este mundo de ideal pertenece también en La fuerza de la sangre Leocadia, la inocente muchacha robada y escarnecida por un caballero mozo. Aun las dos novelas más desteñidas de la colección, La señora Cornelia y Las dos doncellas, pertenecen a ese mundo de valores ideales.

    Choca en Cervantes —como en muchos otros escritores de España— el brutal contraste que con la imagen anterior forman todas las otras novelas del libro. Unas son meramente cuadros de malas costumbres: lo cual ya puede aplicarse al Casamiento engañoso del alférez Campuzano y doña Estefanía: él pensó, con el matrimonio, tener casa bien alhajada, pero la casa no es de doña Estefanía; ella se le lleva al alférez todas sus joyas: pero aquellas pesadas cadenas, que parecían de oro, no lo eran; casamiento engañoso por ambas partes. La novela de Rinconete y Cortadillo sí que es un mero cuadro de la vida de picaros y ladrones, presididos por Monipodio. Nunca ha llegado el realismo español a una nitidez tan grande como en esta novela: en el patio de Monipodio todo vive: hasta las más pobres cosas del mundo material dejan una huella en la retina del lector.

    Dos novelas del libro tienen un carácter completamente especial: El licenciado Vidriera y El coloquio de los perros: dos criaturas (un loco y un perro) situadas fuera del sistema de valores que constituye la sociedad humana dan su opinión sobre sectores o aspectos de ella. Berganza, el perro, critica (y a veces alaba) basado en hechos concretos y reales que ha visto y menciona; el licenciado Vidriera, el loco, expresa, por lo común, juicios generales aplicables a casi todos los de la misma profesión.

    El celoso extremeño es la más humana y al mismo tiempo la más trabada y resuelta de las Novelas Ejemplares. .No se trata de un mero cuadro de costumbres como Rinconete; es una verdadera novela con su trama; pero sus caracteres distan enormemente de ser heroicamente enterizos como los de El amante liberal o La española inglesa, o suavemente idealizados como los de La gitanilla. Cada personaje de El celoso extremeño tiene la suficiente justificación estética de su carácter: Carrizales, viejo, rico y solo, se deja engañar por una ilusión al casarse con la niña Leonora; ésta caerá en los brazos de un galán mozo apuesto y tracero; es evidente que para Cervantes esto no es más que consecuencia del error del propio Carrizales. Cervantes ha escrito dos opuestas novelas de celoso: en El curioso impertinente la idea de no ser amado lleva al esposo a someter a su mujer a la prueba de un cortejo; en El celoso extremeño, el temor a cortejos le lleva a recluirla en la más estricta clausura. En ambos hay un error inicial en la conducta del marido: el adulterio es, en cierto modo, consecuencia y castigo de ese error.

    De Rinconete y Cortadillo y dé El celoso extremeño hay dos versiones: la del libro impreso y la de un manuscrito, en el que no figuraba el nombre del autor de ambas novelas. El adulterio se consuma en El celoso extremeño, según el manuscrito. Es evidente que Cervantes, para incluir las novelas entre las «ejemplares», retocó la redacción anterior; la nueva versión es menos humana; pero entra en un delicioso juego de «indecisiones», propio del humor cervantino (como ha observado agudamente Luis Rosales).

    Queda el problema de si es de Cervantes La tía jingida, incluida también, sin nombre de autor, en el mencionado manuscrito. Cuestión muy debatida. Acciones y palabras son aún más atrevidas que en El casamiento engañoso o que en la escena más fuerte de El celoso extremeño, según el manuscrito. Los que creen que La tía jingida es de Cervantes piensan que ese carácter arredró al autor de incluirla entre las «ejemplares». Es posible (pero publicó el entremés de El viejo celoso, que es aproximadamente tan fuerte). El ambiente, el humor y muchas de las expresiones de La tía jingida son cervantinos; si no es de Cervantes, no ocurre nombre de autor a quien atribuirla. No se puede afirmar nada categóricamente. Estudios recientes de Criado del Val muestran en La tía un uso de tiempos verbales muy distinto del empleado en los relatos cervantinos.

    Nunca el realismo, con el pormenor, que a veces parece innecesario, pero que contribuye poderosamente a grabarnos la imagen, llega más alto en literatura española que en Rinconete y Cortadillo; nada más desvaído, por otra parte, que todo el ambiente de la corte de Londres, en La española inglesa. En general, las novelas que nos presentan seres o acciones heroicas suelen dar escasa pintura de la realidad (o trazos regidos por un criterio de belleza) y aquéllas que muestran costumbres picarescas suelen complacerse en el verismo, en la descripción de los tipos, en las palabras puestas en labios de los personajes, en las cosas y los ambientes. (Pero a veces hay «rompimientos» de realismo en novelas desteñidas: En La señora Cornelia las palabras populares de la Criveli (el ama) y el incidente de la otra Cornelia que tiene un paje en el cuarto.) Junto al realismo directo y evidentísimo del patio de Monipodio póngase el ambiente de la casa cerrada de El celoso extremeño (el negro, la dueña, las esclavas y criadas). Se ha dicho, y hay que afirmarlo rotundamente, que, aunque Cervantes no hubiera escrito el Quijote, sería, con las «ejemplares», un novelista de primer orden.


    Teatro




    En 1615 apareció el libro que lleva por título Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados. La vocación teatral de Cervantes venía de muy antiguo. En 1585 había firmado un contrato para entregar a un director de compañía dos comedias; el precio era 40 ducados; una, La confusa, fue representada con éxito, según Cervantes, quien varias veces la menciona; de la otra (El trato de Constantinopla...) no sabemos nada. Conservamos otro contrato parecido, de 1597, para escribir seis comedias: no sabemos si este contrato se cumplió.

    Su interés por el teatro resulta patente en las muchas veces que en sus escritos se habla de comedias y comediantes. En el prólogo de las Ocho comedias, Cervantes se alaba de haber reducido a tres las jornadas y de haber introducido personajes que representen «figuras morales» (pero ni una ni otra cosa es rigurosamente exacta).

    Poseemos dos comedias de la primera época (que no figuran en el libro de 1615): Los tratos de Argel y La Numancia; en ellas, las jornadas son aún cuatro (en Los tratos, según otra edición, cinco); pero en una y otra se encuentran ya las «figuras morales». Une a estas dos obras el entusiasmo patriótico.

    En Los tratos de Argel la acción principal apenas es nada: Zallara e Izuf están enamorados de sus cautivos Aurelio y Silvia; pero éstos se aman entre sí. El rey reclama a ambos cautivos y les da libertad bajo fianza. A Cervantes debió gustarle mucho esta combinación de amores, pues la repite en El amante liberal y en Los baños de Argel. Lo que da interés a Los tratos son las escenas de cautiverio que constantemente interrumpen esa acción, vividas, llenas de emoción, como cosa vista y reciente: son del mejor Cervantes. Miguel está reflejado en un soldado cautivo, Sayavedra, que no participa en la trama, pero expresa pensamientos y sentimientos muy del autor.

    La Mumancia escenifica el cerco y la destrucción de la ciudad, según relatos históricos y legendarios fundamentalmente históricos: los defensores, terriblemente aquejados por el hambre y la enfermedad, matan a sus mujeres y sus niños y se suicidan. Guando entra Cipión sólo encuentra a un muchacho en lo alto de una torre: pero éste se arroja desde ella para impedir que el vencedor pueda obtener el «triunfo de Roma». La Numancia no puede ser juzgada con criterios sacados de la comedia del siglo xvii: es un poema dramático, cuyas rudezas o fallas de ajuste no estropean lo que constituye fundamentalmente su hermosura: todo él está sostenido por una intensa emoción. Ha servido, varias veces, representado, para dar ánimo, en momentos de peligro, a los españoles (a los defensores de Zaragoza, por ejemplo). Pero grandes espíritus extranjeros (Goethe, Shelley) han sabido comprender también este tipo de belleza.

    Las ocho comedias impresas en el volumen de 1615 se anuncian (en la portada del libro) como «nunca representadas». Si consideramos a Los tratos y La Numancia como restos de una «primera época» del teatro cervantino, estas otras comedias publicadas en 1615 no cambian esencialmente la técnica del autor. Sigue aferrado a un desarrollo escénico que aún está en relación con el del siglo xvi (Juan de la Cueva, etc.). Nunca llegó ni a aproximarse a la facilidad y desembarazo que había conseguido ya Lope.

    La aceptación del cambio de lugar está patente y expresamente defendida en El rufián dichoso (primera jornada, en Sevilla; el resto, en México). La obra se basa en la santa vida de fray Cristóbal de la Cruz (y Cervantes repite, en las acotaciones, que todo lo que se dice pasó así). El primer acto está iluminado por la gracia realista de la vida apicarada de Sevilla. Tras la conversión, todo se cambia en una imagen ascética (virtudes y milagros en Méjico), difícil de mantener en el escenario, pero que para el lector moderno puede ser impresionante, si la intuye poniendo a contribución conocimientos de la pintura religiosa de la época, etc.

    En el volumen de las Ocho comedias hay otras tres cuya acción o bien ocurre en los medios que Cervantes conocía por su cautividad o pudo ser tema de conversación entre cautivos. Los baños de Argel repiten la trama ya conocida de Los tratos; pero al mismo tiempo se desarrolla otra acción: el amor de Zara por el cautivo don Lope (historia como la del capitán cautivo del Quijote). Ambas acciones están interrumpidas, igual que en Los tratos, por escenas de la vida de los cautivos en Argel. En El gallardo español, también Arlaja, mora, se ha interesado por don Fernando de Saavedra, caballero de la guarnición de Orán; éste, cuya extraña conducta, aunque movida por el pundonor, da origen a sospechas de que ha ido a renegar, lo aclara todo con su heroísmo en la defensa de la plaza. En La gran sultana se lleva a la escena a una cautiva española, de la cual, enamorado el Gran Turco, la hace su esposa: la sultana favorece a los cautivos cristianos. La obra tiene mucho de farsa, y aun burda, con escenas difícilmente imaginables sobre las tablas.

    Cervantes hizo un ensayo de comedia de gran aparato y tramoya con su Casa de los celos, obra en que a los elementos caballerescos procedentes del tema del Orlando innamorato, de Boiardo, se une la tradición española con Bernardo del Carpió, y escenas pastoriles, y en la que Cervantes ha intercalado varias canciones tradicionales. La acción es muy intrincada.

    Quizá la vez que Cervantes estuvo más cerca de conseguir una trama continua fue en El laberinto de amor: Rosamira iba a desposarse, cuando Dagoberto la acusa de estar amancebada; ella calla. La decisión queda sometida a lucha entre el acusador y un campeón que defienda a Rosamira. Pero todo era añagaza del propio Dagoberto, favorecido amante de Rosamira, para impedir la boda. Esta sencilla trama está unida a otra secundaria, de excesiva complicación para la débil técnica de Cervantes.

    Casi sólo la mera sucesión de profesiones de Pedro de Urdemalas (una especie de vida picaresca) es el argumento principal de la comedia de ese título: Cervantes ha tomado para su héroe el nombre de un personaje proverbialmente astuto. Pedro se enamora de la gitana Bélica (carácter egoísta, bien distinto de la encantadora Preciosa, la de La gitanilla). Los deseos de Bélica son tan egoístas que Pedro (que también tiene algunos sueños de grandeza) desiste de su amor: se hace estudiante y, en fin, comediante. Mientras tanto, se ha ido desarrollando la acción de la vida de Bélica. Las aspiraciones de Pedro y Bélica se cumplen por último: las de Bélica en la realidad (resulta sobrina de la reina y de ella se enamora el rey); las de Pedro, en la ficción de la escena.

    En La Entretenida, Cervantes alterna en la escena un plano de galanes con otro de criados: Cardenio, estudiante, enamorado de Marcela, suplanta la personalidad de don Silvestre de Almendárez, un indiano primo de la muchacha; por la otra parte, asistimos al gracioso cortejo de la fregona Cristinica por el lacayo Ocaña y por el capigorrón Torrente, pero ella prefiere al paje Quiñones (que no la quiere), y luego, ofrecida a los otros dos, se ve rechazada por todos. La suplantación del indiano termina con la llegada del primo verdadero. Pero tampoco habrá boda por ese lado: el Papa niega la dispensa. Cervantes se alaba de su no terminar con boda. Hay otra tercera acción (dos damas de nombre Marcela), llevada muy torpemente. La acción entre los lacayos tiene tono de entremés.

    Ocho de éstos publicó en el mismo tomo Cervantes. Dos entremeses están escritos en endecasílabos libres (con alguna rima pareada). En El juez de los divorcios, un viejo, un soldado, un cirujano, un ganapán, entran sucesivamente con sus respectivas mujeres a pedir divorcio. El rufián viudo: Trampagos, el rufián, aparece enlutado; pero vienen amigos, para que elija una nueva compañera; elegida, la alegría aumenta con la llegada de Escarramán, libre, después de las galeras y de esclavitud en Berbería (Cervantes pone en escena el famoso rufián así llamado, cantado en romances y jácaras, y que dio nombre también a un baile).

    En La elección de los alcaldes de Daganzo compiten por las varas cuatro rústicos. Entran unos gitanos: bailan y cantan; y, luego, un sotasacristán que protesta de que así se rija el pueblo. Por meterse en lo que no le va le mantean. La elección queda para el día siguiente.

    Entremeses en prosa:



    La guarda cuidadosa: un sacristán y un soldado discuten por el amor de Cristinica. El soldado establece su guardia a la puerta de la moza y detiene a los que van a la casa. Cuando llega el amo de Cristina, le dice su deseo de casarse con ella. Aparece el sacristán con un amigo; vienen armados para luchar con el soldado. Sus amos preguntan a Cristina y ella elige al sacristán.

    El vizcaíno fingido: a una mujer de mala vida le ofrecen desplumar a un vizcaíno. Pero es ella la burlada con el trueco de una cadena de oro y una de similor; y el vizcaíno también lo era sólo de fingimiento.

    La Cueva de Salamanca: ausente el marido, una mujer y su criada se disponen a cenar alegremente con un sacristán y un barbero (y un estudiante, al que habían albergado por caridad). Vuelve, de improviso, el marido. Los tres hombres se esconden. El estudiante se ahoga en el pajar y sale dando voces. Se le ocurre decir al marido que puede mostrarle dos diablos y una cesta de provisiones, gracias a la ciencia que aprendió en la cueva de Salamanca. El marido quiere verlos: salen el barbero y el sacristán. Cenan todos. (Existía una antigua conseja de una cueva de Salamanca, donde se habría enseñado magia.)

    El retablo de las maravillas. Es modificación de un cuento que ya está en El conde Lucanor. En Cervantes, los engañadores hacen creer a algunos vecinos de un pueblo que quien no vea las figuras de un retablo maravilloso que ellos enseñan es porque tiene sangre judía o no es hijo legítimo. Comienza la representación: los burladores van anunciando unas imaginarias figuras. Los rústicos no ven nada, pero fingen, por no perder opinión de limpios. Llegan un furrier para alojar a unos soldados. No ve nada. Los rústicos le dicen que «es de ellos» (de los no limpios). Él se acuchilla con todos.

    El viejo celoso: engaño que una mujer, en complicidad con su criada, hace para introducir a un amante. Está en relación con uno de la Disciplina clericalis.

    Los entremeses de Cervantes tienen que figurar, con el Quijote y las Novelas Ejemplares, entre lo más animado y eficaz de su producción. La capacidad de interpretación del personaje, de hacerle vivir por medio de sus propias palabras, es muy grande. El tono es de gruesa farsa: el humor y el ingenio no faltan casi nunca; el mágico poder de la palabra cervantina convierte en obritas maestras hasta los cuadros de argumento más baladí.


    Segunda parte del «Quijote»



    En el año 1615, en Madrid, por el mismo librero y en la misma imprenta que la primera, apareció la auténtica Segunda parte del Quijote.

    En sus preliminares llama la atención la entusiasta «Aprobación» del licenciado Márquez Torres. Cuenta que unos caballeros franceses le preguntaron por Cervantes y Márquez tuvo que contestarles que el gran novelista era «viejo, soldado, hidalgo y pobre». A lo que uno de los preguntantes comentó: «Pues, ¿a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?»

    En el «Prólogo», Cervantes, con el delicioso humor de todos los suyos, contesta moderadamente —como ya dijimos— a los insultos de Avellaneda, y acomoda dos cuentos de loco: uno, el del que hinchaba perros; otro, el del que deslomaba perros dejándoles caer una losa. Contra las amenazas del falsario, de quitarle la ganancia, afirma su fe en la caridad del Conde de Lemos y del Arzobispo de Toledo, que le protegen.

    También está llena de humor la Dedicatoria, que esta vez va dirigida al Conde de Lemos. Dice en ella que le han invitado de la China para ser alto rector de un colegio donde se leyese la lengua castellana, y que el texto fuese el Quijote, pero que no puede ir por «estar enfermo» y «muy sin dineros».

    El argumento de la segunda parte del Quijote, en esquema, podría enunciarse así: un bachiller, Sansón Carrasco, vecino del lugar de don Quijote, viendo que éste persiste en su locura, con oculta intención de curarle, le anima a una tercera salida; el caballero, con Sancho, se echa de nuevo al camino. El bachiller, fingiéndose caballero, se le hace encontradizo en un bosque y le desafía; pero es derrotado por don Quijote. En un segundo intento, fingiendo ser otro caballero («de la Blanca Luna»), el bachiller vence a don Quijote en la playa de Barcelona, y le impone como única condición que se retire a su aldea y durante un año no se meta en caballerías («en el cual tiempo podía ser... que sanase de su locura», pensaba el bachiller). Pero el vencido muere poco después de llegar a su pueblo: antes, recobra la razón. La invención ocurre al principio de ella (Cap. II) y es decisiva para el plan de esta parte.

    Tiene también gran importancia estructural el tema del encantamiento de Dulcinea, invención de Sancho. Éste hace creer a su amo que una lugareña que encuentra en su camino es Dulcinea, a la cual don Quijote quería ver antes de comenzar las aventuras de su tercera salida. Los Duques, unos aristócratas aragoneses, cuando tienen hospedado en su palacio a don Quijote, inventan que Dulcinea será desencantada si Sancho se da 3300 azotes. Sancho se resiste, pero acepta al fin, porque el Duque, que le había prometido el gobierno de la ínsula, le dice que no será gobernador si no se azota. Esto ocurre casi a la mitad de la segunda parte: de ahí adelante el tema de los azotes (don Quijote pide a Sancho que se los dé y Sancho se resiste) reaparece una y otra vez, con más frecuencia hacia el final de la obra.

    Don Quijote encuentra muchas aventuras: la de Las Cortes de la muerte; la del Caballero del Bosque (o de los Espejos); la de los leones; la de la Cueva de

    Montesinos; la del rebuzno; la del retablo de Maese Pedro; la del barco encantado; Clavileño, y toda la serie de aventuras que le preparan, con sus bromas, los Duques; la de Tosilos, la de los toros, la de la cabeza encantada, la del Caballero de la Blanca Luna... Un rasgo diferenciador con relación a la primera parte une a casi todas las de la segunda: allí, en la primera parte, don Quijote llevaba la realidad a su mundo quimérico: las ventas eran castillos; los rebaños de corderos, ejércitos; los molinos, gigantes... Aquí, en la segunda, don Quijote suele ver la realidad como tal (las ventas, como ventas; las dos manadas —una de toros y otra de cerdos— que arrollan al caballero y al escudero, como tales manadas) y cuando se le presenta la carreta con los comediantes disfrazados para representar Las Cortes de la Muerte, en seguida se desengaña y los reconoce como tales comediantes. En la aventura del rebuzno, don Quijote, lleno de sensatez, interviene para calmar a los dos pueblos excitados, aunque todo lo estropea la mala idea de ponerse a rebuznar que le da a Sancho. Son otros personajes de la novela los que adoban la realidad para acomodarla al mundo imaginativo de don Quijote: el bachiller, con intención de curarle, se le presentará dos veces como caballero andante; los Duques forman un entramado de falsa vida caballeresca, en la que hay damas que proteger (la Trifaldi y Antonomasia), doncellas que se enamoran del caballero (Altisidora), ínsulas para Sancho; colabora también en el juego, la misma simpleza de doña Rodríguez y su hija, y el desafío con Tosilos...; don Antonio Moreno, en Barcelona, añade a ese mundo de fingidas fantasmagorías su invento de la Cabeza Encantada. Otras veces el camino le depara estupendas ocasiones de aventura: así, los leones. Don Quijote bien sabe que son leones y en esa ocasión su locura no es sino un extremado alarde de valentía.

    Excepción relativa sería el retablo de Maese Pedro: pero en él, la plasticidad del mundo caballeresco y la vivacidad de la narración, explican bastante el que don Quijote tome la fábula como realidad. También era muy excitante el barco solitario (aventura del barco encantado). En la de la Cueva de Montesinos, don Quijote no hace sino tomar por realidad el sueño que tuvo.

    Otro rasgo diferenciador de la parte segunda es el general respeto que rodea a don Quijote: es ya un caballero famoso. Los que han leído su vida (es decir, la primera parte) le tratan con consideración; así, por ejemplo, los Duques —aunque le den toda una serie de crueles burlas— no dejan de tenerle estima y, en cierto modo, respeto; así también los que le conocen por la segunda parte apócrifa, como don Jerónimo o don Alvaro de Tarfe. Pero ocurre que aun a los que no saben de su vida les inspira don Quijote cortesía o admiración: así al caballero del Verde Gabán (testigo del valor ante los leones) y a su mujer y a su hijo el poeta; así a los estudiantes que van a las bodas de Camacho; así a Basilio y Quiteria, a quien él, con estricto sentido de la justicia, defiende; así al Primo, literato que entra en absoluto en el mundo fantástico descrito por don Quijote cuando le sacan de la Cueva de Montesinos.

    Hace Cervantes que su propia ficción, o las consecuencias de ella, entren dentro del argumento de la segunda parte: al principio se le ve lleno de gozo por el éxito de la «Primera» (don Quijote oye con asombro y orgullo la narración de ese éxito, que le hace el bachiller; y de tal éxito se alabará el propio caballero cuando hable con el del Verde Gabán). Un día, durante la redacción de la segunda parte, llegó a Cervantes la noticia de la publicación del Quijote apócrifo: su indignación la traslada a don Quijote: ojea éste el libro apócrifo y no encuentra más que disparates. Estaba Cervantes redactando el capítulo 59: el tema del Quijote apócrifo, y su reprobación por el caballero, aparecen una y otra vez en muchos capítulos posteriores. Don Quijote decide no ir a Zaragoza (para desmentir al falsario) y un personaje del libro apócrifo, don Álvaro de Tarfe, pasa a serlo de la segunda parte cervantina, para que atestigüe que el Quijote auténtico no es el de Avellaneda.

    Éste prometía nuevas aventuras; Cervantes hace morir a su héroe: vencido por el caballero de la Blanca Luna, se dirige a su pueblo a cumplir el retiro de un año, impuesto por el vencedor. Durante el viaje insta muchas veces a Sancho para que cumpla la pena de azotes que libertaría a Dulcinea: Sancho cumple interesada y chapuceramente: cobra un tanto por cada azote y muchos más da en los árboles que en su cuerpo. En otras conversaciones, propone don Quijote a Sancho dedicarse ambos—y aun con los amigos del lugar— a la vida pastoril. Llega el héroe a su pueblo y —como hemos dicho— enferma y muere, no sin recobrar la razón y abominar el engaño sufrido por él con la lectura de los mentirosos libros de Caballería.

    Diferencia notablemente a la segunda parte en relación a la primera la escasez de historias episódicas de algún desarrollo: las que hay están tan bien entrelazadas en la acción principal que el lector no las nota como advenedizas: tal ocurre con los amores de Basilio y Quiteria, triunfantes sobre las riquezas de Camacho; y así también, hasta cierto punto, con la historia de los moriscos Rico te y su hija Ana María, y amor hacia ésta de don Gaspar Gregorio. Una breve historia (la de Claudia Jerónima, quien mata por celos a su amante) está dentro del episodio de Roque Guinart y sus bandidos. Esta diferencia que señalamos fue notada y aún premeditada por Cervantes: así lo declara en una ocasión.

    Todo en la segunda parte (y ese mismo cambio de técnica que acabamos de indicar) revela que el propio Cervantes tuvo, al escribirla, más respeto por sus personajes y más conocimiento del alto valor estético de la pareja inmortal.

    Es imposible dar un juicio exacto sobre el valor comparativo de ambas partes: la primera tiene, sobre todo en algunas aventuras (los molinos, los rebaños, etc., y algunas de las escenas de las ventas), una mayor vivacidad imaginativa; ciertamente que esa vivacidad no se puede decir que se pierde en la segunda, la cual se desarrolla con una estructura más meditada y una mayor penetración psicológica, sobre todo en el carácter de los personajes principales. Las dos se complementan perfectamente.


    Sobre la génesis, interpretación y valor del Quijote




    La crítica ha expuesto toda clase de opiniones sobre el Quijote. Respecto a su génesis, unos creen que Cervantes se inspiró para su héroe en algún ser vivo, por ejemplo, diversos personajes de apellido Quijada y Quijano (Apráiz, R. Marín, Astrana); aparte el mencionado Entremés de los Romances, se ha indicado (D. Alonso) un estrafalario «hidalgo Camilote» en el Don Duardos, de Gil Vicente, que pudo sugerir, en parte, el tipo y la terminación del nombre de don Quijote. Evidente es, en ciertos momentos, el influjo de los libros de caballerías parodiados (Amadises, Palmerines); grande debió de ser el de Tirante el Blanco.

    También han sido muy varias las interpretaciones del libro (véase Huella del Quijote). Se ha creído por algunos que todo él era una crítica de la religión, de la Inquisición, de Carlos V, del Duque de Lerma, etcétera. La retahíla de críticos esoteristas aumenta siempre: hay quienes creen que el Quijote está escrito todo él como un anagrama, etcétera.

    Cervantes salió contra los libros de caballerías; pero su libro pasó inmensamente del objetivo inicial. La crítica moderna —varia en perspectivas— coincide en considerarle una sátira de toda la humanidad, considerada en sus dos planos: alto ideal y necesidades materiales. El siglo xix los vio representados en don Quijote y Sancho, respectivamente. Hoy se piensa que Sancho entra en la esfera quijotesca (Papini, Unamuno) o que oscila constantemente entre la quijotesca y la materialista (D. Alonso); pertenecen a esta última el bachiller, los duques, el cura, el barbero, etc.

    La universalidad del Quijote tiene dos aspectos: 1) la humanidad se ha visto representada en él; 2) la difusión del libro es verdaderamente universal. Véase también Huella del Quijote.

    Con el Quijote, la novela de los tiempos nuevos no sólo quedaba creada, sino con dimensión universal, e incorporado a ella el humor moderno, que en Cervantes es irrestañable, amplio, humanísimo.


    Cervantes poeta




    Ya hemos dicho que Cervantes apareció al público por primera vez como poeta (1569): siguió escribiendo versos hasta su muerte. Una relación de sus poesías ocasionales (para alabar a escritores o a libros) cubriría toda la extensión de su vida; en ella no figuraría ninguna obra maestra.

    Dos intentos más importantes son el Canto de Caliope (véase en este artículo, La Galatea) y El Viaje del Parnaso. El Canto de Caliope, en octavas reales, apenas es sino una enumeración de poetas contemporáneos, con un breve elogio. Poema de mucho más valor es el Viaje del Parnaso. Cervantes confiesa haber imitado el Viaggio in Parnaso, de Cesare Caporali. La imitación se reduce a una vaga idea general (Caporali va al Parnaso en mula) y a algunos puntos concretos. No puede, por su carácter, el Viaje del Parnaso seducir la atención del lector corriente y aún menos la del de hoy. Pero es una obra que ha de atraer a quien se interese por la poesía en general y por la de principios del siglo xvii en particular y sienta curiosidad y simpatía humana por el poco éxito de Cervantes en el ambiente poético de su época. El poema —viaje de los poetas al Parnaso; lucha y victoria de los buenos poetas y Apolo contra los malos; y por muchas partes listas elogiosas a los buenos y censuras generales a los malos, de los que sólo se nombran unos poquitos— está muy bien pensado y distribuido; el verso de Cervantes es aquí exacto instrumento con el que dice lo que quiere; las descripciones son animadas y graciosas. El indeciso humor cervantino lo llena todo y carga de interés los numerosísimos pasajes autobiográficos.

    Entre las poesías burlescas podría citarse el Soneto a la entrada del Duque de Medina en Cádiz (pero hay alguna inseguridad en la atribución) y el que Cervantes tenía «por honra principal» de sus escritos, al Túmulo de Felipe II en Sevilla.

    También mucha de la poesía de Cervantes hay que buscarla en sus novelas, preferentemente en La Galatea y en el Quijote, en La Gitanilla, y aun en El celoso extremeño y en La ilustre fregona: recordemos, en niveles distintos, la letrilla Madre, la mi madre (Celoso), el lindo romance Hermosita, hermosita (Gitanilla), las bellas octavas reales a la Virgen en el Persiles (l. III, cap. V), la Canción desesperada, de Grisóstomo, en el Quijote, etcétera. Cervantes estimaba mucho también su romance de los celos, que ha llegado a nosotros en dos versiones.

    La Epístola a Mateo Vázquez fue descubierta en el siglo xix. Una cuarta parte de sus tercetos (final de la epístola) son también recitados en Los tratos de Argel. En la epístola, escrita en el cautiverio, Cervantes relata sus servicios y expone el ruego que quisiera dirigir al rey con su lengua «de adulación y de mentir desnuda» para que, atacando a Argel, terminara con la vergüenza del cautiverio de 20000 cristianos. L
Actualizado: 21/06/2019 - Autor: Leandro Alegsa
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cerval 

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  • Biografía de Alonso Quijano

    Alonso Quijano, también conocido como Don Quijote, es el protagonista de la famosa novela "Don Quijote de la Mancha" escrita por Miguel de Cervantes Saavedra. Es un personaje ficticio que representa la figura del caballero andante.

    En la historia, Alonso Quijano es descrito como un hidalgo de la región de La Mancha, España. Es un hombre de edad avanzada, soltero y con una gran afición por los libros de caballería. Se sumerge tanto en sus lecturas que comienza a perder la cordura y decide convertirse en un caballero andante, adoptando el nombre de Don Quijote.

    Don Quijote se embarca en una serie de aventuras absurdas y fantásticas, luchando contra molinos de viento que confunde con gigantes, enamorándose de la idealizada Dulcinea del Toboso y enfrentándose a diversos desafíos en su búsqueda de justicia y honor.

    A lo largo de la novela, Don Quijote muestra una mezcla de locura y lucidez, siendo objeto de burlas y ridiculeces por parte de aquellos que lo rodean. A pesar de esto, su carácter noble y su lucha por la defensa de los ideales caballerescos lo convierten en un personaje icónico de la literatura universal.


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  • Identificar de elementos clave del texto, como personajes, eventos, símbolos, motivos y temas recurrentes de la novela el quijote de la mancha

    En la novela "El Quijote de la Mancha", escrita por Miguel de Cervantes Saavedra, hay varios elementos clave que se pueden identificar, como personajes, eventos, símbolos, motivos y temas recurrentes. A continuación, te mencionaré algunos de ellos:

    Personajes:
    1. Don Quijote: El protagonista principal de la novela, un caballero andante que se vuelve loco por leer demasiadas novelas de caballería y decide convertirse en un caballero errante.
    2. Sancho Panza: El fiel escudero de Don Quijote, un campesino que se une a él en sus aventuras.
    3. Dulcinea del Toboso: El amor idealizado de Don Quijote, aunque nunca se encuentra físicamente en la novela.
    4. Rocinante: El viejo y flaco caballo de Don Quijote, que se convierte en su fiel compañero.
    5. El bachiller Sansón Carrasco: Un personaje que se convierte en el Caballero de la Blanca Luna y desafía a Don Quijote en un duelo.

    Eventos:
    1. Los desvaríos de Don Quijote: Sus aventuras, como enfrentarse a molinos de viento pensando que son gigantes, o a rebaños de ovejas creyendo que son ejércitos.
    2. El encuentro con los galeotes: Don Quijote se enfrenta a un grupo de criminales y trata de liberarlos, creyendo que son prisioneros injustamente.
    3. El juicio de los curas: Don Quijote es juzgado por la Inquisición y le ordenan que abandone sus ideas de caballerías.
    4. La batalla de los leones: Don Quijote se enfrenta a un grupo de leones enjaulados en un circo, creyendo que son enemigos poderosos.

    Símbolos:
    1. Los molinos de viento: Representan los obstáculos y desafíos que Don Quijote enfrenta en su locura.
    2. La armadura: Simboliza la identidad y la transformación de Don Quijote en un caballero andante.
    3. Los libros de caballería: Representan la influencia que tienen en la mente de Don Quijote y su posterior locura.

    Motivos:
    1. La búsqueda de la aventura y la justicia: Don Quijote se embarca en sus aventuras para defender a los oprimidos y restaurar la justicia en el mundo.
    2. La idealización del amor: Don Quijote se enamora perdidamente de Dulcinea del Toboso y la idealiza como una dama perfecta.

    Temas recurrentes:
    1. La realidad y la fantasía: La novela juega constantemente con los límites entre la realidad y la fantasía, mostrando la locura de Don Quijote y cómo afecta su percepción del mundo.
    2. La crítica a los ideales románticos: Cervantes critica la obsesión de Don Quijote por los libros de caballería y cómo esto lo lleva a una vida de locura y desilusión.
    3. La búsqueda de la identidad: Don Quijote lucha por encontrar su verdadera identidad y su lugar en el mundo, a través de su transformación en un caballero andante.

    Estos son solo algunos de los elementos clave que se pueden identificar en la novela "El Quijote de la Mancha". La obra es rica en detalles y ofrece múltiples interpretaciones, por lo que puedes encontrar más elementos relevantes a medida que profundices en su lectura.


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    Definición de novela
  • Describa 5 temas importantes de la novela Don quijote de la Mancha

    1. La locura y la realidad: Uno de los temas más importantes de Don Quijote de la Mancha es la línea borrosa entre la locura y la realidad. El protagonista, Don Quijote, se sumerge en un mundo de fantasía y caballería, creyendo que es un caballero andante. Este tema plantea preguntas sobre la naturaleza de la cordura y la importancia de la imaginación.

    2. La crítica social: La novela de Cervantes es una sátira social que critica varios aspectos de la sociedad de la época. A través de las aventuras y desventuras de Don Quijote y Sancho Panza, Cervantes se burla de la corrupción, la hipocresía y la falta de valores morales en la sociedad española del siglo XVII.

    3. La búsqueda de la identidad: Don Quijote, un caballero errante que busca aventuras y gloria, representa la búsqueda de la identidad y el propósito en la vida. A medida que avanza la historia, Don Quijote se enfrenta a desafíos que lo hacen cuestionar su propósito y su papel en el mundo.

    4. La importancia de los libros y la literatura: Don Quijote es un ávido lector de libros de caballerías, lo que lo lleva a vivir en un mundo de fantasía. Este tema resalta la importancia de la literatura como una forma de escapismo y como una influencia en la forma en que vemos el mundo.

    5. El poder de la amistad: La relación entre Don Quijote y su fiel escudero, Sancho Panza, es un ejemplo de la importancia de la amistad y la lealtad. A pesar de las locuras de Don Quijote, Sancho Panza lo acompaña y lo apoya, convirtiéndose en un verdadero amigo. Este tema resalta la importancia de tener a alguien en quien confiar y que esté dispuesto a seguirnos en nuestras locuras.


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Fuentes bibliográficas y más información de Cervantes Saavedra, Miguel De:

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Abreviaturas empleadas en la definición
It. = italiano
l. = latín
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Cómo citar la definición de Cervantes Saavedra, Miguel De
Definiciones-de.com (2019). Biografía de Cervantes Saavedra, Miguel De - Leandro Alegsa © 21/06/2019 url: https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/cervantes_saavedra,_miguel_de.php

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