adaptación cromática, contraste de color, imágenes ulteriores
La capacidad del ojo para variar su sensibilidad al color explica el hecho de que los colores no cambien sino cuando varía el manantial luminoso, como al pasar de la luz diurna a la de una lámpara incandescente. En general, el ojo tiende a adaptarse de modo que la iluminación predominante en la escena aparezca blanca. Visto con esta luz un papel blanco tiende a verse como blanco y, de manera análoga, los demás colores tienden a tomar el aspecto que presentan a la luz del día. Si los colores son intensamente selectivos pueden, sin embargo, variar de otra manera.
Consecuencia del fenómeno de la adaptación cromática son los efectos del contraste de colores y el de las imágenes ulteriores. Si se mira con fijeza un color, los ojos tienden a adaptarse parcialmente a él y a verlo como blanco. Si entonces se mira otro color, la vista se encuentra en condiciones tales que tiende a restar el primer color del segundo, es decir, a transformar este último en el complementario del primero. Este efecto es de carácter local, de modo que si la primera superficie tenía una figura muy marcada, se reproduce en la segunda como una imagen ulterior (v. Imagen residual). En el contraste simultáneo, dos colores adyacentes tienden a parecerse en matiz cuando el ojo los contempla alternativamente. En el contraste sucesivo, los colores se ofrecen como tales, uno tras otro.