Dos graves obstáculos encuentra para su desarrollo la agricultura australiana: bajísima densidad de población, que repercute en un consumo poco alto en valor absoluto, aunque elevado en términos relativos, y el clima. La excesiva concentración de la población en unas pocas zonas, las más húmedas, es causa del escaso porcentaje de suelos cultivados (menos del 3 % de la superficie total) y de que los mayores espacios se dediquen a pastos para su ganadería. El clima, de temperaturas en general dulces o elevadas, encuentra en la escasez de precipitaciones una barrera muchas veces infranqueable para la agricultura. Las precipitaciones son muy escasas, pero, además, muy irregulares, lo que repercute desfavorablemente sobre la posibilidad y rendimiento de las cosechas agrícolas. Debe el país utilizar al máximo las aguas corrientes, que proceden sobre todo de los ríos que nacen en la Cordillera Divisoria, y también los pozos artesianos del subsuelo, que se han revelado numerosos y con notable caudal y que tanto bien hacen en las zonas de pastos, gracias a los trabajos emprendidos en su alumbramiento por el Gobierno australiano.