La Iglesia Católica considera la castidad como un deber moral, cuya violación constituye una ofensa contra Dios. La castidad perfecta, es decir, la virginidad perpetua consagrada a Dios (por uno u otro sexo), está de acuerdo con las recomendaciones de Jesucristo (Mt. 19:11-12) y de San Pablo (1 Cor. 7:32-33) y es verdad de fe definida por la Iglesia en el Concilio de Trento que constituye una manera de vivir más perfecta que el matrimonio. Todos los individuos consagrados al servicio divino, ya pertenezcan a órdenes religiosas o al clero secular, vienen obligados a una vida de perfecta castidad. Esta obligación, como de origen eclesiástico, puede ser levantada por el Papa, cosa que, en realidad, raramente sucede.