(108-62 a. de J.C.). Patricio romano, célebre por la conjuración que lleva su nombre. En su juventud fue partidario decidido de Lucio Cornelio Sila y ganó fama de avaricioso. Fue cuestor, pretor y propretor de África (68 y 67 a. de J.C.). Exonerado por abusos en el gobierno, fue absuelto por un tribunal el año 65. En su campaña electoral para el consulado (otoño del 63) prometió la cancelación de todas las deudas, cosa no inusitada en los tiempos romanos, en que era corriente gravar los préstamos con intereses de hasta el 20 o más por ciento. Pero los banqueros y hombres de negocios, cuyo portavoz era Marco Tulio Cicerón, cónsul a la sazón, dieron el traste con el intento. Vencido en las elecciones, Catilina trató sin éxito de asesinar a Cicerón. Cuando éste denunció la conjuración en el senado, Catilina se dio a la huida, mientras sus cómplices eran ejecutados sin la oportunidad de recurrir a la asamblea del pueblo, cosa a la que tenían derecho según las leyes. La elocuente apelación de Julio César a la moderación cayó en el vacío. Un mes más tarde moría el propio Catilina al frente de sus tropas en una batalla librada cerca de Pistoia.
La mayor parte de la historia escrita sobre Catilina procede de sus enemigos, especialmente de Cicerón. Por otra parte, cuantos se vieron envueltos en la conspiración y sobrevivieron, como César y el millonario Marco Licinio Craso, hicieron todo lo posible por ocultar sus concomitancias con el conspirador. En consecuencia, al cabo de dos mil años, resulta casi imposible reconstruir la verdad sobre la personalidad y ambiciones políticas de Catilina. Hasta ahora se nos ha presentado como demagogo sin escrúpulos, que se apoyó en las bajas pasiones para conseguir su medro personal. Véase Roma, Historia; Salustio.