Artículo enciclopédico: historia del capitalismo
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historia del capitalismo

 


historia del capitalismo
  1. El Capitalismo aparece a fines del siglo xvi o principios del xvii. Otros sistemas más antiguos, aunque se parecían al Capitalismo en algunas características, como la propiedad privada y el intercambio de dinero, diferían de él por el predominio de mano de obra que no era libre, tecnología atrasada y el predominio de técnicas productivas más tradicionales que racionales. No obstante, en la edad antigua aparecieron algunas prácticas económicas que pueden ser consideradas precursoras de otras similares capitalistas. Los latifundios romanos, aunque trabajadores por esclavos, se asemejaban a empresas capitalistas en gran escala. Existían también «fábricas» en Grecia y Roma, pero también empleaban mano de obra esclava; además son muy discutibles su tamaño o importancia. Muchos templos griegos realizaron funciones bancarias y los registros comerciales egipcios, que se remontan a los primeros siglos de la Era cristiana, nos hablan de un comercio internacional en cereales, telas, esclavos y otras mercancías, muy parecido a las operaciones realizadas en el siglo xvii y principios del xviii. Aunque se amasaron grandes fortunas, la esclavitud de la mano de obra impidió la introdución de una tecnología avanzada y una mayor productividad.


    El comercio exterior era también fuente importante de riqueza en la Edad Media, especialmente desde que los musulmanes fueron expulsados del Mediterráneo en el siglo xi. En las regiones textiles de Flandes y N de Italia evolucionaron organizaciones parecidas a nuestras fábricas, mientras los grandes comerciantes establecían hasta cierto punto un sistema industrial. Por medio de sus operaciones de comercio extranjero y de control de la industria, dichos comerciantes adquirieron grandes riquezas y se erigieron en banqueros y principales acreedores de los gobernantes, tanto eclesiásticos como seculares. En la elección de más de un papa fue decisivo el apoyo financiero de los «capitalistas» del N de Italia; Garlos I debió su corona (1521) en gran parte al apoyo financiero que le prestaron los Fugger, importante casa comercial de Augsburgo. Sin embargo, aunque algunas personas o familias reunieron grandes fortunas, se dedicaron al comercio, banca e industria y emplearon mano de obra libre, apenas representaban islas en un mar de instituciones agrarias. La sociedad, en su conjunto, atendía a satisfacer sus necesidades tradicionales con técnicas antiguas, en un ambiente medieval que propugnaba el conformismo religioso y repugnaba todo cambio. Véase Feudalismo.

    El principal impulso que promovió el desarrollo de las instituciones capitalistas modernas provino de tres acontecimientos íntimamente relacionados: el descubrimiento de América y la ruta marítima a la India, la formación de las nacionalidades y la Reforma protestante. El primero extendió considerablemente la esfera de la actividad económica accesible a los comerciantes y financieros de Europa y canalizó el alud de metales preciosos de las minas de México y Perú. La formación de las nuevas nacionalidades creó la armazón necesaria para explotar los recursos de una vasta región contigua, y una base de normas económicas que permitirían combinar los recursos humanos con los naturales en una amplia zona. Semejante desarrollo permitió incrementar asimismo la especialización en un grado jamás conocido. La Reforma, desbaratando el monopolio del Catolicismo, acentuó la importancia de los valores terrenales. Esta aparición de un espíritu secular alentó la investigación científica y la aplicación de los hallazgos científicos a la producción económica. Estos tres factores prepararon el ambiente para la aplicación de los métodos comerciales racionales y lucrativos a la producción industrial en gran escala. La esfera de acción de la empresa genuinamente capitalista se extendió por tanto, a la minería, manufactura y, en algunos lugares, a grandes operaciones agrícolas. El Capitalismo no quedó ya confinado a unos pocos centros urbanos o a unas cuantas transacciones mercantiles y financieras. Imperó en la producción secundaria y se difundió por todos los estados modernos para invadir finalmente todos los confines de la tierra.


    Periodo crucial en el desarrollo del Capitalismo moderno fue el de los siglos xvii y xviii, cuya política económica dominante se concretó en el mercantilismo.

    Los estados aplicaron las normas mercantilistas para aumentar sus existencias en metales preciosos, alentar la industrialización y robustecer la autoridad centralizada a costa de la autoridad política local y, en cierta medida, de los privilegios económicos locales. Aunque los gremios y feudos no fueron sistemáticamente abolidos, semejante política contribuyó a su decadencia. El afán de amasar oro y plata creó presiones inflacionistas que dieron nacimiento a nuevas empresas. La protección oficial a la industria y al comercio exterior aseguró los mercados nacionales y atrajo mano de obra experta.

    Pero a la larga esta política paternalista terminó constituyendo un obstáculo para el ulterior desarrollo de la empresa capitalista. Por ello, Gran Bretaña, el país más avanzado económicamente, abandonó el mercantilismo por el librecambio. Otros países europeos, especialmente Francia, siguieron su ejemplo, pero con menos éxito. A finales del siglo xviii, momento en que los argumentos en pro del librecambio asumieron por primera vez decisiva importancia, la supremacía de Gran Bretaña estaba asegurada por sus progresos en la tecnología industrial, especialmente en los ramos textil y metalúrgico. Estos progresos y el desarrollo económico que los acompañó echaron raíces en plazo breve. Tal súbito desarrollo, asociado a un aumento espectacular de la producción industrial, dio origen a la Revolución Industrial. Al concluir las guerras napoleónicas, Gran Bretaña era un país capitalista altamente industrializado.


    Durante el siglo xix toda Europa occidental, lo mismo que algunas regiones de ultramar, adoptaron los procedimientos industriales y capitalistas de Gran Bretaña. En las postrimerías del siglo, Francia no iba muy a la zaga de Gran Bretaña en producción industrial, pero sí de Alemania y Estados Unidos, donde el Capitalismo conoció su desarrollo más rápido. Los grandes recursos naturales y el espíritu racionalista y mercantilizado de su pueblo contribuyeron notablemente al éxito del Capitalismo en los Estados Unidos, país nuevo en que el Capitalismo no se veía entorpecido por las trabas de la tradición feudal. La escasez de mano de obra comparada con la abundancia de la tierra y otros recursos naturales estimuló la aplicación de técnicas de producción nuevas y más eficaces. Finalmente, un gobierno estable y ordenado hizo de los Estados Unidos un lugar atractivo para la inversión de fondos que no encontraban colocación tan interesante en Europa.


    Todos esos factores se combinaron para producir en los Estados Unidos una economía vigorosa y capitalista. Al amparo de instituciones políticas democráticas e igualitarias, la preponderancia del Capitalismo dinámico creó un nivel de vida relativamente elevado. Aunque hubo periodos de depresión y estancamiento, en su mayor parte fueron superados rápidamente y el sistema condujo a mayores niveles de producción y bienestar material. En Europa, donde las condiciones naturales, sociales y políticas eran menos favorables, el Capitalismo no funcionó tan bien. Las guerras, las revoluciones, los gobiernos totalitarios y la inseguridad política y social ofrecieron serios obstáculos. Los países capitalistas han ido a la cabeza del mundo en productividad y nivel de vida.


    Teorías del Capitalismo.

    La evolución del Capitalismo en Europa occidental y Norteamérica es un fenómeno social tan extraordinario que gran número de tratadistas han intentado explicar sus orígenes y leyes.

    La primera teoría del Capitalismo fue formulada por los fisiócratas, escuela de economistas franceses para quienes una economía progresiva sólo podía funcionar bajo un gobierno estable y ordenado. Tal gobierno debía estar basado en un «orden natural» y mantenerse dentro de los límites a él asignados por dicho orden, asegurando plena libertad a cada individuo en la consecución de sus objetivos económicos. Aquí, por primera vez, se habló del laissez jaire como de un principio indispensable. Aunque difería en muchos detalles específicos de la doctrina fisiocrática, Adam Smith rompió lanzas en la defensa del laissez jaire en su clásica obra La riqueza de las naciones y se erigió en uno de los primeros defensores de los prerrequisitos políticos y económicos del Capitalismo. Después de Smith, los aspectos teóricos del Capitalismo fisiocrático fueron defendidos por la escuela clásica, especialmente por David Ricardo, John Stuart Mili y Nassau W. Senior, todos ellos paladines del Capitalismo.


    Primer gran crítico del Capitalismo: Karl Marx


    El primer gran crítico del Capitalismo fue Karl Marx, quien vio en el Capitalismo un sistema de explotación del obrero por el capitalista y en la multiplicidad de decisiones individuales un estado de anarquía económica que, al someter el sistema a crisis periódicas, conduciría a su destrucción final. El Capitalismo sería entonces remplazado por el Socialismo, en el qué la propiedad privada cedería el paso a la propiedad social de los medios de producción. La importancia de las opiniones de Marx sobre el Capitalismo no reside en su exactitud teórica, sino más bien en que atrajeron la atención sobre diversos rasgos del Capitalismo de los que se había hecho caso omiso anteriormente. Marx concedía que el Capitalismo había fomentado la productividad, pero señalaba que el desarrollo no se había realizado a un ritmo uniforme y que se producían retrocesos periódicos. Demostró que el Capitalismo no era una forma «natural» de organización económica, sino que tenía un principio y, probablemente, un fin. Acentuó asimismo el carácter dinámico del Capitalismo, las condiciones de crecimiento y decadencia y la importancia de la acumulación de capital como factor en este proceso de cambio. Finalmente consideró el Capitalismo como un sistema de interacción social. Su teoría de «explotación», aunque desarrollada principalmente en líneas económicas, ha evolucionado hasta convertirse en una teoría de relaciones y luchas de clases sociales. La mayor parte de las proposiciones de Marx sobre el Capitalismo, según se ha demostrado, carecen de precisión, pero no puede pasarse por alto su contribución a la teoría y práctica sociológicas, para las que ha representado un poderoso estímulo.


    Las teorías de los sociólogos alemanes Max Weber y Werner Sombart, aunque se apoyan en parte en la teoría de Marx, constituyen una réplica de ella. Marx había atribuido importancia secundaria a los factores espirituales, mientras que Weber y Sombart acentuaron primordialmente el «espíritu capitalista», definido como racionalismo en cuestiones económicas, predominio de la inseguridad y aceptación del riesgo y motivación de adquisición ilimitadas. Sombart mantuvo que el objetivo central de una sociedad capitalista era la adquisición ilimitada de dinero, a diferencia del objetivo predominante en otras sociedades, de ganarse la vida conforme a la categoría social de cada uno. Weber trató de demostrar que este espíritu capitalista estaba enraizado en la ética protestante, especialmente en las doctrinas religiosas del Calvinismo. Calvino había insistido en el «ascetismo interior», modo de vida frugal en el que las buenas obras se consideran como un signo de salvación y el esfuerzo incesante y concentrado en los asuntos de cada uno como un fin en sí. Según Weber, de aquí surgió la mentalidad económica que produciría el espíritu racionalista del Capitalismo, la disposición a aceptar el riesgo y la adquisición como objetivo de la actividad productiva. Los puntos de vista de Sombart y Weber, lo mismo que la teoría del Capitalismo de Marx, serán muy discutibles, pero ello no obsta para que ejercieran una poderosa influencia. Véase Sombart, Werner; Weber, Marx.


    Orientándose en parte sobre las teorías de Sombart, Weber y Marx, Joseph Schumpeter (1883-1950) desarrolló una teoría del Capitalismo basado en el papel desempeñado por el empresario como innovador. Con la organización de los grandes negocios en vastas unidades administrativas, la actividad innovadora queda sujeta a la burocracia y a la rutina, según Schumpeter, y el temerario hombre de negocios tiende a ser remplazado por el gerente que administra el negocio en representación de sus propietarios. Schumpeter no veía, como Marx, el final del Capitalismo en una crisis revolucionaria, sino en la desaparición del espíritu innovador y del acusado individualismo y en la sustitución final del Capitalismo por un sistema directorial.

    Para más información ver: capitalismo.
Actualizado: 25/09/2015
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