Durante siglos las cooperativas han permitido a los grupos sociales superar dificultades comunes, conjurar riesgos y peligros y organizar la vida civilizada. Los agricultores de la antigüedad cooperaban para defenderse mutuamente contra las bandas de depradadores. Los gremios medievales europeos, las comunidades agrarias pueblerinas y algunas de las antiquísimas organizaciones comunitarias del Lejano Oriente eran de naturaleza esencialmente cooperativista. Muchos de los grandes movimientos migratorios constituyeron aventuras desarrolladas en cooperación.
Una de las más antiguas cooperativas americanas, en su sentido de organización formal, fue la Compañía de Seguros Mutuos contra Incendios establecida por Benjamin Franklin en Filadelfia (1752). Entre las cooperativas de consumo, existentes actualmente, la más antigua es la organizada en Lennoxtown (Escocia), en 1812. A raíz de la Revolución Industrial se intentó con poco éxito, en Inglaterra y otros países, formar cooperativas de trabajadores para la propiedad común de sus fábricas a fin de aminorar las desventajas del nuevo sistema fabril.